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El Templo de Salomón

El primer templo, ideado por David, fue levantado por su sucesor y llamó la atención de todo el mundo conocido en la época por el apuro en su construcción, además de su grandiosidad. Pero Dios mostró a Israel que de nada servía que el pueblo tuviera lo bueno y lo mejor si estaba lejos de Él.

Cuando el pueblo de Israel conquistó Jerusalén, hizo allí el punto neurálgico de su reinado. David, entonces rey, ya vivía en un suntuoso palacio. Un día vio que no estaba bien vivir en una edificación grande y compleja de piedras y madera y que el Arca de la Alianza habitase en una tienda de tela, el Tabernáculo. Él alimentó en su corazón la idea de construir un gran templo para Dios, una edificación fija en la que todo sería hecho como en el Tabernáculo, pero con un carácter permanente.

El segundo libro de Samuel, en su séptimo capítulo, muestra claramente a David relatando a Natán, profeta y mano derecha del rey, su intento. Aún así, Dios dejó bien claro que David no construiría el templo, sino su hijo y sucesor. A pesar de eso, David podría comenzar a acumular material para la gran empresa (lea 1 Crónicas 28:2-6).

Cuando David sentía que sus días en la Tierra acababan, llamó a su hijo Salomón y determinó que subiera al trono después de su muerte, como sucedió.

El reinado de Salomón estuvo signado por la paz de Israel con los pueblos del mundo conocido en la época, por la sabiduría del monarca (concedida por Dios de acuerdo con su pedido) y por mucho lujo y ostentación.

Pero no sólo el lujo llamó la atención en la construcción del gran templo. La organización de la gran obra fue algo sin igual en comparación a otras construcciones de la época, con los mejores profesionales de los más diversos lugares. Miles de hombres participaron de la obra. Para cortar la madera – cedro del Líbano y cipreses – fueron designados 30 mil hombres. Sólo para el corte de piedras en Jerusalén fueron necesarios 80 mil profesionales. Los demás fueron cerca de 70 mil operarios de servicios generales y sus supervisores. Mientras que las maderas y rocas eran materia prima local, se importó el oro, la plata y los otros metales de las mejores procedencias de la época. Reyes aliados de Israel también contribuyeron en la obra. Hiram, rey de Tiro, por ejemplo, envió a Salomón sus mejores arquitectos y artesanos.

El lugar de la obra sería el Monte Moriah, donde Dios se había aparecido a David y donde Abraham había llevado a su hijo Isaac para sacrificarlo y fue salvado por un ángel que detuvo su mano (lea 2 Crónicas 3:1).

Finalmente, el templo fue construido en siete años. Era famoso no solamente por su tamaño colosal, sino sobre todo por el esmero de la obra, que utilizó lo mejor disponible en ese entonces en materia de tecnología y arte. En el primer libro de Reyes, los detalles muestran el estilo de la construcción, así como su realización: las piedras y diversos materiales eran llevados listos para usar, sin que fueran rotos o aserrados en el lugar.

Era la edificación más suntuoso del que hubiera datos, con varias cámaras y antecámaras, reproduciendo en su centro la misma configuración del antiguo Tabernáculo, que, desarmado, fue llevado y guardado en el templo. Era un gran complejo con objetos de arte y utensilios lujosos en cada centímetro de su extensión.

Para la fiesta de inauguración, Salomón realizó una gran ceremonia que duró siete días, con la presencia del pueblo israelí y de representantes de los pueblos aliados. El Arca de la Alianza fue llevada al Santo de los Santos, y una nube llenó la sala para velar la presencia de Dios (lea 1 Reyes 8:1-11).

Dios bendijo el templo y prometió su protección a Israel, pero sólo mientras el pueblo mantuviera su fe incorruptible. Si se introducía la idolatría, no solamente Israel sería castigado, sino que el templo sería destruido.

Rodrigo Silva, arqueólogo encargado del Museo de Arqueología bíblica Paulo Bork, en Engenheiro Coelho (São Paulo), cuenta: “El templo, infelizmente, trajo la ‘burocracia religiosa’, pues mientras que en el Tabernáculo los fieles conversaban con los sacerdotes, en el gran templo de Salomón las ofrendas y sacrificio pasaban por varias personas hasta llegar a los sacerdotes”. Además de eso, según el profesor Rodrigo, el pueblo de Israel no tardó en idolatrar, en cierta forma, al propio templo, que pasó a ser el orgullo de Israel.

Años más tarde, la corrupción y la idolatría de los israelitas hizo que la Palabra de Dios no volviera atrás e Israel fue derrotado por los babilónicos, bajo el reinado de Nabucodonosor. El templo, orgullo del pueblo judío hasta hoy, fue descuidado, saqueado y destruido hasta sus cimientos. De nada sirvió tanto apuro en la construcción, tanta tecnología de punta, tanto lujo, si el pueblo se aproximó a la obra de sus propias manos, pero se alejó de Dios. Mientras que el templo tenía en Dios su razón de existir (si se aplica una analogía entre la edificación y el pueblo de Israel), se mantuvo de pie, inamovible. Cuando el propio templo pasó a ser el centro de atención, y no el Dios Todopoderoso para el que había sido construido, no quedó piedra sobre piedra ni de él ni de Jerusalén. Nuevamente el pueblo israelí era dominado por otra raza, como en el pasado.

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