El predicador y el nutricionista
Cierto siervo de Dios, muy dedicado en su trabajo evangelístico, casi no tenía tiempo para cuidar de su salud, sus hábitos alimenticios eran pésimos y no hacía ningún tipo de ejercicio físico.
A pesar de todo su esfuerzo en oraciones, ayunos y evangelización, veía pocos resultados reflejados en su iglesia. Las personas que llegaban no se quedaban y las pocas que tenía eran débiles espiritualmente y llenas de dudas.
Cierto día, el pastor se sintió muy mal y tuvo que ir al médico, que le aconsejó que visitara a un nutricionista. Incluso en contra de la voluntad de su esposa, fue a la consulta. Y quién iba a decir que esa consulta cambiaría su vida, tanto en su salud como principalmente en su ministerio, pues el día de la consulta el médico le hizo muchas preguntas respecto a su alimentación, lo que comía y lo que no comía.
El predicador dijo todo lo que le gustaba comer: frituras, harina, grandes porciones de carne, gaseosas y muchos sándwiches. El doctor le dijo que a partir de ese día no podía comer solamente lo que le gustaba, y sí lo que necesitaba – porque él comía, pero no se alimentaba – y le agregó algunos ejercicios físicos.
Después de algunos meses, el pastor estaba totalmente distinto, mucho más saludable y dispuesto, y su iglesia reflejaba ese cambio, pues el número de personas había aumentado. Las que llegaban permanecían, y las que ya estaban eran fortalecidas espiritualmente, pues el pastor comenzó a aplicar el consejo que había recibido del nutricionista: así como no podía comer solamente lo que le gustaba, no podía predicar lo que sabía o quería, sino lo que el pueblo de su iglesia necesitaba para crecer espiritualmente, llevándolo a la práctica de la fe, como Jesús dijo: “… dadles vosotros de comer.” Mateo 14:16
Un predicador habla lo que le gusta, quiere y sabe. Un hombre de Dios habla lo que las personas necesitan.
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