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El Poder del Espíritu

Estimado Obispo,

Quería compartir con usted la experiencia que tuve en estos días, referente al Ayuno de Daniel.

Mi padre concurría a la iglesia hace aproximadamente 10 años.

Toda la familia llegó a la IURD destruida en todas las áreas. Con el paso del tiempo, las conquistas fueron llegando, pero confieso que la salvación de él era algo que me preocupaba.

Aun estando dentro de la iglesia, yo hacía propósitos para que fuera salvo, porque parecía no entender lo que era la verdadera entrega.

Mi padre fumaba muchísimo al llegar a la iglesia, y de a poco fue dejando. Solo que, de vez en cuando, volvía a fumar, “aunque sea uno”.

Amaba ver televisión, fútbol, motivo por el cual, aun estando en la iglesia, nunca había participado de ningún Ayuno de Daniel.

Pero cuando llegó el día 24 de marzo todo cambió. Él decidió, de una vez por todas, despertar al verdadero sacrificio, que no era apenas económico, sino despojarse de sí mismo.

¡Nos avisó que haría el Ayuno!

¡Usted no se imagina la alegría! Hacía años que mi mamá perseveraba por eso.

¡Obispo, no es fácil!

Llegó un día en que jugaba su equipo de fútbol, y mi hermana le preguntó: “¿Qué es más importante?”, a lo que él respondió: “¡Jesús!”

Después, decidió viajar a ver a su hermana, que vive en el campo, porque dijo que como estaba en el Ayuno, sería incluso mejor para su comunión con Dios, y le pidió a mi mamá que le prestase el libro “NADA QUE PERDER”, pues  aun no lo había leído.

Mi mamá le dijo que lo iba a buscar, pero él insistió en que no viajaría sin el libro.

Preparó una pequeña valija, guardó sus pertenencias y partió, sin saber que ese sería el último día de su vida en este mundo.

Al llegar al pueblo se descompuso y ¡tuvo que ser internado de urgencia en gravísimo estado! Habría que trasladarlo a la capital urgentemente.

A pesar de todo el esfuerzo que realizamos mi familia y yo para traerlo, cuando llegó mi mamá a buscarlo con la ambulancia ya había fallecido.

Para muchos es una historia triste, pero para mí no.

A pesar de haber sufrido una pérdida tan grande y dolorosa estoy feliz porque mi Señor me dio mucho más de lo que yo podía pedir, que era la cura. ¡Él le dio la Salvación Eterna!

Mi papá estuvo lúcido durante aproximadamente 10 horas en Terapia Intensiva, y estoy segura de que Dios cuidó cada detalle.

Las últimas palabras que le dijo a su hermana, que estaba preocupada, fueron: “Tranquila, ¡Jesús me cuida!”

¡Ah, que Día!

Todo sacrificio vale la pena cuando nuestro objetivo es agradar a Dios.

Magdalena Ruggero – Argentina