El perfume
Entrar en una Universal es como entrar en casa. El aroma de la madera y el aceite mezclado con el jugo de uva que proviene de la sala de campaña es siempre el mismo. Por lo menos para mí. Tengo una memoria afectiva de ese aroma, con solo sentirlo me transporto hacia un lugar seguro. Me recuerda toda la fuerza y la paz que ya experimenté, siempre que necesité correr hasta el Altar en los momentos de dificultad.
En determinados momentos, no sé decir lo simbólico que ya se transformó para mí ese aroma. La madera, representando la cruz, el sacrificio, la relación con Dios, la relación con mi esposo, las dos astas vitales de mi estructura. El jugo de uva, representando la sangre de Jesús, que me recuerda que fui comprada por un alto precio y que aunque yo sea imperfecta, no existe ninguna condenación más para mí, pues estoy en Él. Y, por fin, el aceite, simbolizando al Espíritu Santo, que me consuela y me guía, me transforma en parte integrante de ese Altar. Cuando ese aroma me envuelve, me recuerda que no estoy sola, que estoy en casa, con mi Padre. En cualquier lugar al que vaya, puedo estar en casa. Siempre que esté en Su presencia, estoy en casa. Y donde haya una puerta abierta de la Universal, estoy en casa. Donde yo sienta aquel perfume único, estoy en casa.
No es una religión, no se trata de un lugar donde se practiquen determinadas costumbres, ni siquiera de un templo donde yo me sienta bien. Es algo totalmente espiritual. En la Universal yo no me siento en casa, yo estoy en casa. Y el amor que tengo por el Dios que encontré aquí, lo tengo también por este lugar. No por el edificio físico, pura y simplemente, pues todo eso va a quedar cuando nos vayamos. Sino el amor que tengo por lo que ese lugar representa. El Altar. El sacrificio. La vida con Dios, de constante sacrificio. Día tras día. Nunca experimenté eso en ningún otro lugar, en ninguna otra iglesia. Y no lo entendía antes.
Es lo que David expresa cuando dice: “Señor, la habitación de Tu casa he amado, y el lugar de la morada de Tu gloria.” (Salmos 26:8) Y comenzamos a entenderlo cuando dice en el Salmo 84:1-3: ¡Cuán amables son Tus moradas, oh Señor de los Ejércitos! Anhela mi alma y aun ardientemente desea los atrios del Señor; mi corazón y mi carne cantan al Dios vivo. Aun el gorrión halla casa, y la golondrina nido para sí, donde ponga sus polluelos, cerca de Tus altares, oh Señor de los Ejércitos, Rey mío, y Dios mío.” El nido de la golondrina es el lugar donde ella tiene seguridad para proteger lo más precioso que tiene: sus pichones.
Eso son los Altares del Señor para aquellos que son verdaderamente Sus hijos. La seguridad, la paz, la fuerza… El mundo puede estar derrumbándose allá afuera, usted puede ser malinterpretado por cada palabra que diga, puede ser amenazado, ridiculizado, pisoteado y desgarrado, pero en el Altar está seguro. Nuestro nido, nuestra seguridad, nuestra casa es el Altar. Son los Altares, representados por cada Universal abierta, esparcida por todo el mundo. Los Altares son lugares de sacrificio. Es ahí donde reside toda nuestra fuerza, toda nuestra seguridad. Es allí donde recibimos la Vida y es hasta allí que tantos otros son llevados a recibir la Vida. La Fuente viene del Altar.
Entregamos nuestra vida, por amor, pues por amor Él entregó Su vida por nosotros. En el Altar. En la cruz. La madera que exhala el perfume mezclado con aceite y jugo de uva que, para mí, es el propio Perfume Universal. El mejor aroma del mundo, que me recuerda al sacrificio. Que me recuerda que todo, absolutamente todo, incluso lo que parece más difícil (porque hacer lo que es correcto nunca es fácil), vale la pena.
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