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El Espíritu en el desierto

blog01072009

Expresiones de lamentos, críticas y reclamaciones en este blog me recuerdan a Moisés liderando a los hijos de Israel hasta la Tierra Prometida. Él evidentemente gemía en su interior cuando tenía que juzgar los problemas que había entre tres millones de personas. Reclamaciones, rebeldías, disputas por animales perdidos, clamores por pan, carne y, sobre todo, por agua eran ya una costumbre en el desierto.

Aún así, Moisés no desistió. A fin de cuentas, había una Columna en forma de nube, durante el día, y en forma de fuego durante la noche. Esa Nube jamás se apartó de entre aquel pueblo (Éxodo 13.22). Esa nube era el Espíritu de Dios.

Él nunca se apartó de su pueblo. Claro, los rebeldes murieron en el desierto y no heredaron la Promesa. Pero sus descendientes hallaron el favor de Dios y, bajo el liderazgo de Josué, conquistaron la Tierra Prometida. Así también acontece en los días de hoy. Muchos han sido liberados de la esclavitud egipcia, pero, bien por ser rebeldes, tímidos o cobardes, van perdiéndose por los desiertos del mundo.

Pero los que perseveran en obtener las Promesas, a su debido tiempo, tomarán posesión de ellas, al igual que hicieran los hombres del pasado. Mis amigos, he acompañado sus “gemidos inexplicables”. También hemos tenido los nuestros… por eso, lo entiendo bien.

¡Pero el Espíritu Santo es con nosotros de la misma manera que lo fue con nuestros padres en la fe!

Se engañan los enemigos de la fe, al pensar que las angustias y tribulaciones disminuirán nuestra confianza en el Dios de Abraham, de Isaac y de Israel. Al contrario, del limón aprendemos a hacer una limonada; de la flaqueza sacamos fuerzas… de forma que cuando estamos débiles, ahí es que somos fuertes. (2 Corintios 12.10)

Además de eso, creemos que, al anochecer, puede venir el llanto, pero la alegría viene al amanecer. (Salmo 30.5)

Reciba esa alegría, en el Nombre del Señor Jesucristo.