thumb do blog Blog Obispo Macedo
thumb do blog Blog Obispo Macedo

El Espíritu de la Mujer de Dios

Querido Papá,

Tengo muchas cosas para decirte sobre el domingo, acerca de cómo fui bendecida, renovada, avivada, y apreciada delante de Dios. Pero hoy me gustaría decirte cómo me enorgulleciste al verte al lado de mamá y de Vivi en el Monte Hermón.

Sabes papá, mis ojos se llenaron de lágrimas, pues fue como si Dios estuviese valorando a la mujer delante de toda Su Iglesia. Quisiste saber la opinión de ellas, quisiste oír lo que ellas tenían que decir y, para mí, es como si todas nosotras mujeres hubiésemos estado allí en aquel Monte Santo, siendo oídas también.

Por más que nosotras ya sepamos nuestro valor delante de Dios, es en esos pequeños grandes gestos que vemos ese valor siendo reforzado. Para mí, ¡fue el mejor momento de la reunión del domingo! Pues vi lo importantes que somos para Él en Su Obra, cómo anhela usarnos el Espíritu Santo. Y si simplemente consiguiésemos apreciar nuestro propio valor: el de auxiliadora, que ayuda, contribuye, suma, incentiva y da el equilibrio que el hombre tanto necesita, haríamos nuestro papel muy bien con Su dirección.

Incluso, Dios nos dio la misma posición que Su Espíritu: ¡el de Auxiliadoras! Y aunque el Espíritu Santo esté SUJETO al espíritu del hombre, el hombre sabio oye Su Voz. Eso quiere decir que si el Espíritu de Dios, que es MAYOR que nosotros, meros humanos, Se sujeta a nosotros en ser nuestro AUXILIADOR, entonces, ¿por qué la mujer, que es igual al hombre, no va a hacer lo mismo? ¡Solo la insensata se rehúsa a auxiliar! Esas quieren ser auxiliadas por los hombres y por eso están frustradas, amargadas y viven en soledad. ¡Ellas mismas se anulan!

¡Ah, qué día!

Hoy puedo decir cuánto aprecio ser una mujer de Dios. Nunca más dejaré que me anulen, pues quien se anula, anula al Espíritu que hay en su interior también. ¡Gracias por haber valorizado a mamá siempre, por valorizar a la mujer siempre en todo!

Mamá puede no estar haciendo eventos ni estar involucrada en proyectos, pero siempre estuvo a tu lado, siempre te dio su opinión y siempre fue valorizada por ti. Nunca la anulaste. Y, como tú, mi marido me ha valorizado también, lo que me permite ser la auxiliadora, para lo cual nací.

¡Ah, qué placer es ser aquello para lo que nacimos!

Si todos los hombres hicieran eso, sus mujeres reconocerían su valor también y les traerían el placer de tener una auxiliadora al lado.

Pero, mientras eso no sucede, queda aquí mi aprecio por  todos aquellos que han hecho eso por nosotras. ¡Y tú papá, eres uno de ellos!

¡¡¡En la fe!!!