El dolor de la separación de Dios – parte 2
La separación de Dios significa la presencia del pecado y, consecuentemente, del diablo.
No hay un ser humano en la faz de la Tierra que haya logrado vivir con Dios y con el pecado al mismo tiempo, pues es como querer estar en la luz y en las tinieblas en el mismo instante; tomar agua dulce y salada a la vez.
Ni siquiera para el Hijo de Dios, Jesús, que puede todas las cosas, fue posible tal condición. Incluso, ese fue el mayor dolor ya sentido en toda la historia de la humanidad: Él, el Hijo de Dios, arrancado del propio Padre, para venir a este mundo y ser llevado al Calvario en sacrificio, por amor a nosotros.
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.” Juan 3:16
No podemos imaginarnos el dolor que el Señor tuvo, dando a Su Hijo unigénito para venir a este mundo podrido y pasar por lo que pasó – visto que podría haber enviado al ángel Gabriel o Miguel, o a otro ángel de Su total confianza. Pero Él arrancó de Sus entrañas lo mejor de Sí para ser colocado en el altar del Calvario.
Ahora, una pregunta que no quiere callarse: ¿Será que usted, obrero/a, ha arrancado lo que hay de mayor valor material y espiritual de sus entrañas y lo ha puesto en el altar? Dios dio a Su Hijo único como ofrenda de sacrificio y recibió un infinito número de hijos. Y usted, ¿qué ha hecho por amor, obediencia y fe para este Dios?
¿Y qué decir del Señor Jesús?
Su mayor dolor no fueron los clavos clavados en Sus manos, ni en Sus pies, ni haber cargado Consigo las enfermedades de toda la humanidad, sino pasar algunas horas separado del Padre, por estar atrayendo para Sí los pecados de cada uno de nosotros. Su desesperación, terror y agonía fueron tan grandes, por estar solo en aquella cruz, que sudó gotas de sangre.
“Y se Le apareció un ángel del cielo para fortalecerle. Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era Su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra.” Lucas 22:43-44
Obreros/as, si Dios hizo ese sacrificio, dando a Su Hijo unigénito en la cruz, ganándonos como hijos, para que estemos juntos para siempre, nosotros también debemos hacer nuestras ofrendas de sacrificio para que tengamos Su presencia (Espíritu Santo) constantemente – no solo en este mundo, sino por toda la eternidad.
Los que viven sin sacrificio son borrados y no tienen nada que ofrecerles a las personas.
Eso acaba reflejándose en su vida personal. Es por eso que vemos a muchos obreros/as con la vida atada, sin reflejar la gloria de Dios.
El día 14 será el gran día para que usted revierta ese cuadro en su vida. Es el día del sacrificio, de la renovación, de la “bendición para siempre”.
¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía! Es como el buen óleo sobre la cabeza, el cual desciende sobre la barba, la barba de Aarón, y baja hasta el borde de sus vestiduras. (…) Porque allí envía el Señor bendición, y vida eterna.” Salmos 133:1-3
Dios los bendiga.
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