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El ateo que no vive sin Dios

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El escritor portugués José Saramago (premio Nobel de literatura en 1998) acaba de lanzar otra obra que tiene como trasfondo a la Santa Biblia. En el libro “Caín”, Saramago busca, una vez más, cuestionar y poner en duda la justicia de Dios y apuntar a un creador que, bajo su punto de vista, es “cruel, envidioso e insoportable”.

En una entrevista concedida a la revista portuguesa “Visão”, José Saramago define a la Biblia como “un manual de malas costumbres”, donde se encuentran todo tipo de atrocidades, y busca, con su retórica intelectual, cuestionar la veracidad de las Escrituras, oponiéndose de forma vehemente al concepto de que allí se registra la Palabra de Dios. “Sobre el libro sagrado, es costumbre decir: lee la biblia y pierde la fe”, repite Saramago en la entrevista.

En 1991, el escritor ya había causado polémica con el libro “El Evangelio Según Jesucristo”, en el que sugiere una relación amorosa entre Jesús y María Magdalena, en lo que parece un intento desesperado de aproximarse a lo divino, humanizando la figura de Cristo, ya que el camino inverso le parece improbable.

“Ateo empedernido”, como él mismo se define, y comunista por ideología, los argumentos de Saramago en su obsesión por “desenmascarar” a Dios se pierden entre acusaciones a la Iglesia Católica – remitiéndose a hechos como la inquisición, las cruzadas, las mazmorras y todo lo que forme parte de un pasado opresor en el que la institución ejercía un claro dominio social y político sobre la sociedad cristiana – y una especie de inconformismo por no encontrar en la Biblia el retrato de un dios que probablemente rellena su imaginario ateo.

Decir que un ateo concibe cualquier tipo de imagen relacionada a Dios puede parecer un contrasentido, pero el propio discurso de Saramago sobre el tema es contradictorio y confuso. Él mezcla conceptos y definiciones sobre la Biblia, cristianismo e iglesia católica como si todo fuera algo único. Dice que la Biblia es “manipuladora”, como si las personas fueran dominadas por una especie de torpeza y quedasen desprovistas de opinión propia al leer las Escrituras. Reivindica y valoriza la libertad que, según él, es negada y oprimida por Dios, pero predica el comunismo, que es uno de los regímenes más castradores de la historia política mundial. Sentado en el trono de su reconocida y aplaudida intelectualidad, se vale del prestigio artístico alcanzado por su importancia literaria para “imponer” su opinión como verdad absoluta y juzgar de ignorantes a los que no están de acuerdo con él.

Pero, lo que es más ambiguo, paradójico e interesante en el discurso de Saramago es la energía que transmite para criticar, debatir y contradecir algo que él mismo cree que no existe. Saramago no concibe o acepta los misterios y el mensaje espiritual de la Biblia porque sólo consigue leerla e interpretarla de forma racional y literaria y no admite o no ve la relevancia de un libro que ha atravesado siglos y continúa actual.

La propia Biblia señala, literalmente, el camino que Saramago debería seguir para leerla y aceptarla sin cuestionamientos racionales cuando afirma la existencia de misterios, diciendo: “Las cosas secretas pertenecen al Señor nuestro Dios; mas las reveladas son para nosotros y para nuestros hijos…” (Deuteronomio 29:29).

El discurso de Saramago nos lleva a creer que, tal vez para su propia desesperación, él se revele como uno de los mayores buscadores de Dios. Pero su arrogancia intelectual sólo le permitiría aceptar un Dios inexplicable, que cupiese en la limitada caja de comprensión humana y que no dependiese del incómodo e inseguro – desde el punto de vista racional – concepto de “fe” para ser aceptado. Pero, el Dios en el que Saramago no cree “…eligió lo necio del mundo, para avergonzar a los sabios…” (1 Corintios 1:27).

Por Inahía Castro