¡Buenas tardes, obispo!

Estoy aquí para contar un gran milagro ocurrido en nuestra familia. Fue un milagro de vida, de volver a la vida, pues así como ocurrió con Lázaro, Dios retiró a mi marido del sepulcro, y después de cuatro días revivió.

El día 21 de noviembre, después de sentirse muy mal, mi marido fue internado en un hospital aquí en Campinas (SP). Después de que le fueron hechos los exámenes, fue constatada la “meningococcemia”, una infección grave causada por una bacteria voraz, de alto índice mortal. Le dieron 24 horas de vida. Al recibir la noticia, corrí al Cenáculo del Espíritu Santo, tomé el sobre de la Hoguera Santa y, en aquel momento, me postré en el Altar y clamé a Dios por su cura. Él, en la Unidad de Terapia Intensiva, respirando y viviendo por aparatos, en coma y con el cuerpo cubierto por heridas, y yo, manifestando mi fe en el Altar. De allí salí fortalecida, y todos los días iba a visitarlo con la certeza de la respuesta. Los médicos, diariamente, me decían que no tenía que tener esperanza, y yo rechazaba todas sus palabras.

Fue cuando, al cuarto día, así como sucedió con Lázaro, los médicos vinieron a conversar conmigo y me dijeron que mi marido era un milagro, que había comenzado a reaccionar, y que ellos no esperaban eso. Uno de los médicos, inclusive, dijo que, al llegar a aquella guardia, jamás hubiera esperado encontrarlo vivo.

Sabe, obispo, en aquel momento tan difícil, consolaba a los médicos y les daba fuerzas más de lo que ellos a mí. La fuerza que me vino del Altar para luchar fue tan grande que no acepté perder. Y él volvió, obispo. Volvió del coma, y los médicos esperaban que quedara con alguna secuela. ¡Nada de eso! El Dios a Quien sirvo no deja nada por la mitad, y hoy él volvió a casa, entero, para glorificar y honrar a Dios.

Gracias Dios, gracias IURD, gracias obispo, por enseñarme a no actuar con sentimientos, sino a lanzarme, a vencer, a indignarme, a no aceptar la derrota y a poner en práctica mi fe.

¡Que Dios lo bendiga!

Elce Sutano