¡Dramático llamado!

Mi nombre es Patricia, tengo 17 años, y me encuentro, en este momento, casi sin fuerzas, pero le pedí a la enfermera Dane, mi amiga, que escriba esta carta que será dirigida a los jóvenes de todo Brasil, antes de que sea demasiado tarde:
“Era una joven ‘sana’, criada en una excelente familia de clase media alta, en Florianópolis. Mi padre es ingeniero electrónico de una gran empresa y buscó dar siempre, a mis hermanos y a mí, todo lo bueno y lo mejor, incluso libertad, que nunca supe aprovechar.
A los 13 años, gané un concurso para modelo y maniquí de una gran agencia de modelos, y fue hasta el final del concurso que seleccionó extras para un importante programa de televisión. Fui también seleccionada para hacer un book en otra gran agencia de modelos, en San Pablo.
Siempre me destaqué por mi belleza física. Llamaba la atención por donde sea que pasara.
Estudiaba en el mejor colegio de Florianópolis. Tenía a todos los chicos del colegio a mis pies.
En los fines de semana, iba a shoppings, playas, cines; probaba con mis amigas todo lo mejor que la vida puede ofrecer a las personas ‘sanas’, física y mentalmente.
Pero, como la vida nos tiene reservadas algunas sorpresas, mi destino empezó a cambiar en octubre de 2004. Fui con un grupo de amigos para el Oktoberfest, en Blumenau (Santa Catarina).
Mis padres confiaban en mí y me dejaron ir sin más apego. En Blumenau, encontré todo bien. Hicimos un ‘ejercicio’ en Bude, un famoso bar en la Calle XV.
A la noche, fuimos al ‘Proeb’ y en el ‘Pabellón Gallego’ había un show sencillo de la banda Cavallito Blanco.
Aquel grupo de gente era ‘trimaneira’.
Yo ya había probado algunas bebidas. Tomaba, a escondidas de mi madre, el Licor Amarula, pero nunca me había emborrachado.
El jueves, primer día del Oktoberfest, tomé mi primer chopp de cerveza.
¡Qué buena sensación! Pasé toda la noche ‘tontita’. Besé a unos 10 chicos. Incluso, mis amigas ponían la cerveza en una mamadera, mezclado con guaraná para engañar a los ‘meganhas’ (policías), porque un menor de edad no podía beber. Pero tomamos toda la noche y los ‘otarios’ no se dieron cuenta.
Allá por las 4 de la mañana, me llevaron al Puesto Sanitario, casi en un coma alcohólico, en una camilla de los bomberos.
Me dieron unas inyecciones de glucosa para que mejore. Cuando fui al departamento, casi vomito las tripas, pero mi grito de libertad ya había sido dado.
Al día siguiente, aquel dolor de cabeza horrible, un malestar de aquellos, como un síndrome pre-menstrual.
El sábado, conocimos a un grupo de San Pablo, que alquilaba un departamento en el mismo edificio. Nadie imaginaba que en ese mismo día me estaban presentando a mi futuro asesino.
Tomé un poco el sábado. La fiesta no estaba buena, pero a eso de las 5:30 de la mañana fuimos al ‘depto’ de los chicos para pasar el resto de la noche. Había de todo y me presentaron el famoso ‘porro’ (cigarrillo de marihuana), que me ofrecieron.
Al principio, me resistí, pero me dijeron ‘Catarina careta’. Pudieron con nuestros nervios y terminamos experimentando. Tuve una sensación exquisita, de bajo astral, pero, al día siguiente, antes de salir, experimenté nuevamente.
El mayor del grupo, ‘Marcos’, hacía carreritas y aspiraba un polvo blanco que descubrí que era cocaína. Me ofrecieron, pero no tuve valor aquel día.
Regresamos a ‘Floripa’, pero percibí que algo había cambiado. Sentía la necesidad de buscar nuevas experiencias, y no tardé mucho en encontrarme con mi asesino: ‘DROGAS’.
Al poco tiempo, mis mejores amigos fueron apartándose cuando comencé a envolverme con un grupo pesado y, sin darme cuenta, ya era una químico-dependiente, a partir del momento en que la droga comenzó a formar parte de mi cotidianeidad.
Hice viajes alucinantes, fumé marihuana, mezclada con estiércol de caballo, probé cocaína mezclada con un montón de basura.
El grupo y yo descubrimos que mezclando cocaína con sangre, su efecto era más fuerte y, al poco tiempo, no compartíamos la jeringa, y sí la sangre que cada uno cedía para diluir el polvo.
Al principio, mi mesada cubría mis gastos con las malditas, porque el grupo las repartía y el precio era accesible. Empecé a comprar la ‘blanca’ a R$10,00 el gramo, pero no tardé mucho en conseguir solamente a R$20,00 la buena, y yo necesitaba, como mínimo, cinco dosis diarias.
Salía los viernes y volvía los domingos con mis ‘nuevos amigos’. A veces, conseguíamos ‘éxtasis’. Bailábamos en los ‘points’ toda la noche y después… ¡fiesta!
Mi comportamiento había cambiado en casa. Mis padres se habían dado cuenta, pero al principio lo disfrazaba y les decía que ellos no tenían nada que ver con mi vida.
Empecé a robar en casa pequeñas cosas para vender o cambiar por drogas. Al poco tiempo, el dinero empezó a faltar y para conseguirlo me prostituía con unos viejos que pagaban bien.
Sentía enojo por vender mi cuerpo, pero era necesario para conseguir dinero. Al poco tiempo, toda mi familia se fue resquebrajando.
Fui internada varias veces en clínicas de recuperación. Mis padres, siempre con mucho amor, gastaban fortunas para tratar de revertir el cuadro.
Cuando salía de la clínica, aguantaba algunos días, pero luego me estaba picando nuevamente. Dejé todo: escuela, buenos amigos y familia.
En diciembre de 2007, fue decretada mi sentencia de muerte. Descubrí que había contraído el virus del SIDA, no sé si picándome, o a través de relaciones sexuales, muchas veces, sin condón.
Le debo haber contagiado el virus a un montón de gente, porque los hombre pagaban más para tener sexo sin condón.
Al poco tiempo, mis valores, que sólo ahora reconozco, fueron acabándose: familia, amigos, padres, religión, Dios – hasta Dios – todo me parecía ridículo.
Mi padre y mi madre hicieron todo, por eso nunca voy a dejar de amarlos. Ellos me dieron el bien más preciado que es la vida y yo la tiré al caño.
Estoy internada, pesando 24 Kg. horrible. No quiero recibir visitas porque no pueden verme así. No sé hasta cuando sobreviviré, pero, de lo más profundo de mi corazón, le pido a los jóvenes que no entren en este viaje de locura.
Usted, con seguridad, se va a arrepentir así como yo, pero creo que es demasiado tarde para mí”.
OBS: Patricia se encontraba internada en el Hospital Universitario de Florianópolis y la enfermera Danelise, que la cuidaba, comunicó que Patricia murió 14 horas después que escribieron esta carta, de un paro cardiorrespiratorio como consecuencia del SIDA.
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