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Destrucción del Primer Templo

Planeado por David y construido por su hijo Salomón, el primer templo fue destruido por el rey Nabucodonosor, que llevó cautivo al pueblo a Babilonia

Motivo de orgullo para el pueblo de Israel hasta hoy, el Primer Templo, planeado por el rey David y construido por Salomón, su hijo, fue arrasado, saqueado y destruido hasta sus fundaciones. Todo el cuidado en la construcción, que contó con técnicas avanzadas para la época, no sirvieron de nada en el momento en el que el pueblo de Dios se equivocó en relación a la grandiosa obra, apartándose del verdadero Creador. La corrupción y la idolatría de los israelitas hicieron que la Palabra de Dios no volviera atrás, llevando al pueblo judío a ser derrotado por los babilónicos, bajo el mando del rey Nabucodonosor, en el 586 a.C.

En el momento en el que el propio Templo pasó a ser el centro de atención, y no el Dios Todopoderoso para quien había sido construido, no quedó piedra sobre piedra de él y ni de la ciudad de Jerusalén. Una vez más, como en el pasado, los judíos eran dominados por otra nación.

Según el arqueólogo Rodrigo Silva – encargado del Museo de Arqueología Bíblica Paulo Bork –, en aquel momento, se creó lo que él llama ‘burocracia religiosa/espiritual’. “Mientras que en el Tabernáculo los fieles conversaban directamente con los sacerdotes, en el gran Templo de Salomón las ofrendas y sacrificios pasaban por varias personas hasta llegar a las autoridades eclesiásticas. El problema fue que el pueblo pasó a idolatrar el santuario, que era apenas un símbolo, olvidándose de lo que realmente simbolizaba”, explica.

Estudiosos creen que esa burocracia espiritual fue responsable por la producción de tanta idolatría. Muchos judíos, aún sabiendo que lo correcto era llevar sus sacrificios hasta el Templo, preferían postrarse ante los ídolos producidos por manos humanas, por estar físicamente más cerca de ellos.

Desde la idea inicial de la construcción del Templo, Dios buscó demostrarle al hombre lo que esperaba de él. Eso puede observarse en el hecho de que Él no permitió que el rey David construyera el gran santuario, según estudiosos, debido a los errores que él había cometido. “El Señor de los Ejércitos quería que David entendiera que, más que habitar en un templo, Él quería habitar en el corazón del hombre. Eso muestra cuán necesario es cuidarse para que las cosas de Dios no tomen el lugar que Le pertenece. Él no divide Su gloria con nadie”, resalta el arqueólogo.

Silva cree que la suntuosidad sin bendición llevó al pueblo a la desgracia. “De cierta forma, Dios permitió que Nabucodonosor destruyera el Templo, para que los judíos entendieran las consecuencias de despreciar Su Ley”, afirma.

La impresión que se tiene es la de que pasó a haber una ‘elitización’ de lo que antes era simple, dice el arqueólogo: “El Templo era muy suntuoso, pero tenía la misma formación interna y divisiones que el Tabernáculo, que nunca fue destruido, aun habiendo enfrentado a los filisteos, los amonitas, amorreos, entre otros enemigos”.

El Arca de la Alianza, elemento del Templo que nunca era abierto, y que llegó a ser secuestrado del Tabernáculo por algún tiempo, desapareció en el momento de la destrucción. En su interior estaban las tablas con los 10 mandamientos escritos por el propio Dios, entregados a Moisés.

Los judíos y el cautiverio en Babilonia

Después de la destrucción del Templo, los judíos fueron llevados a Babilonia. De acuerdo con Silva, la mayoría de ellos se acomodó bien en el cautiverio. Estratégicamente, los babilónicos mezclaban la nación judía con otros pueblos, para que, de esa forma, la nación se debilitara.

En el cautiverio surgieron dos tipos básicos de judíos. Una mayoría, en teoría, que había dejado de ser judía, convirtiéndose en ciudadanos de la gran Babilonia; y una minoría que mantenía las tradiciones. El profeta Daniel formaba parte de este segundo grupo.

Cuando Babilonia fue destruida por los persas, en 538 a.C., el rey Ciro tomó el poder, permitiendo que los judíos volvieran a Jerusalén. La cuestión es que solamente algunos quisieron volver. La mayor parte decidió permanecer donde estaba, por no tener más raíces en su tierra natal.

Aquellos que no volvieron a Jerusalén se limitaban a mandar sus diezmos, visitando la Ciudad Santa esporádicamente, cuando se realizaban fiestas religiosas. Por eso, surgieron dos vertientes de judíos: los liberales y los conservadores.

En la ausencia del Templo, los judíos conservadores crearon las sinagogas, que existen hasta hoy. En estos lugares, que no tienen el mismo aspecto del gran santuario o del Tabernáculo, se realizan apenas algunas ceremonias religiosas. Sin embargo, los judíos no ofrecen sacrificios allí, pues entienden que eso sólo puede hacerse en el Templo.

Cuando destruyó el Primer Templo, el rey Nabucodonosor llevó a Babilonia todos los despojos, incluyendo los elementos sagrados. Algunos judíos creen que todos esos objetos fueron rehechos en el momento en que fue construido el segundo Templo, bajo el mandato de Zorobabel. Otros afirman que cuando los persas autorizaron el regreso de los israelitas a Jerusalén, ellos también devolvieron estos despojos. Ninguna de estas tesis, mientras tanto, fue comprobada.

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