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Desierto, ¿o sería Paraíso? Depende de los ojos de quien lo ve

Vemos un gran contraste de lo que el desierto significaba para el pueblo y para Dios…

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Para Dios, el desierto del SINAÍ era especial. Ese lugar hacia donde Dios trajo a Moisés y a los hijos de Israel era el lugar ideal para desarrollar la deseada intimidad con Su pueblo. Dios manda que Moisés le diga a Faraón:

“… Deja ir a Mi pueblo para que Me celebre fiesta en el desierto”. Éxodo 5:1

A los ojos del SEÑOR, aquel pedazo físico de tierra no era inferior al terreno de la ‘Tierra Prometida’ que el pueblo tanto deseaba y del que tomaría posesión años después. Al contrario, para Dios aquel lugar era tan especial que, si consideramos solo los lugares naturales en la Tierra, solamente allí y en el Jardín del Edén fue donde la Presencia de Dios descendió y habitó. O sea, para Dios, el SINAÍ se comparaba al paraíso.

El Plan de Dios era rescatar la comunión y la intimidad con el hombre, como era en el inicio de la Creación.

Dijo el SEÑOR: “Y Me encontraré allí con los hijos de Israel, y el lugar será SANTIFICADO por Mi gloria”. Éxodo 29:43

No obstante, para el pueblo de Israel, aquel lugar era inhóspito, vacío, sin valor ni sentido. No les faltaba nada, ¡pero reclamaban por todo! Estaban tan obstinados por la conquista de la Tierra Prometida que despreciaban LA PRESENCIA PROMETIDA, que ya estaba en el Sinaí.

Vemos un gran contraste de lo que el desierto significaba para el pueblo y para Dios:

– Para el pueblo, el desierto era pacato.
– Para Dios, era un lugar tranquilo y libre de distracciones.

– Para el pueblo, el desierto era inseguro.
– Para Dios, era el lugar donde Él, el Señor de los Ejércitos, cuidaría personalmente a los Suyos.

– Para el pueblo, el desierto era incómodo.
– Para Dios, era el lugar donde Su pueblo aprendería a depender de Él.

– Para el pueblo, el desierto no ofrecía una variedad de comida.
– Para Dios, allí era el lugar donde Su pueblo estaría bien nutrido con maná y codornices, sin riesgos de contaminación alimenticia, a diferencia de lo que comían en Egipto, donde todo era ofrecido a sus dioses.

El desierto no era malo; pero el pueblo lo veía así. Dios podía muy bien haber llevado al pueblo directamente a la ‘Tierra Prometida’, pero el desierto del SINAÍ era el lugar de sacrificio, donde el pueblo aprendería a SANTIFICAR a Dios. Esa era la intención de Él al llevarlos al SINAÍ.

Así sucede hasta los días de hoy. No morimos en el momento en el que somos salvos por aceptar al Señor Jesús. En lugar de eso, somos llevados al desierto para aprender a SANTIFICAR a Dios, venciendo las tentaciones y sacrificando nuestra voluntad, como hizo Jesús. Jesús sí entendía las ventajas del desierto.

La próxima vez que usted esté “pasando por un desierto”, no murmure. Haga de ese desierto un SINAÍ, para que el Espíritu de Dios habite en usted y sea SANTIFICADO a través de su testimonio de vida y carácter.

Con el Espíritu Santo, el desierto se vuelve un paraíso.

Pr. Leandro Maquinez

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Colaborador

Pastor Leandro Maquinez