Desahogo de hija
Mi hija, Viviane Freitas, me envió este e-mail en abril de este año y trae un mensaje que quiero compartir con los lectores de mi blog
¡Hola, papi!
Quería agradecerte por tu post. Primero, no imaginaba que fueras tú, aunque vi que era tu nombre. Pero cuando leí hasta el final, vi que eras tú realmente.
El amor a las almas fue lo que heredé de ustedes. Y Julio regó esa plantita y la hizo crecer aún más.
Desde que nací de Dios, en Brás, en São Paulo, a mis 15 años, mi vida cambió por completo. Mi deseo era ganar almas. No me importaba no tener “amistades”, no me importaba el mundo y sus “aventuras” y etc… Lo que me importaba era salvar almas..
Cuando me casé, salí del lugar de obrera y fui esposa de pastor. Quería seguir, pero no sabía cómo. Hacía todo lo que creía que era ideal, pero no sentía la alegría como cuando era obrera. Debes acordarte, pero un día decidí no ir a una vigilia para hablar con Dios en serio, porque estaba angustiada. No atendía al pueblo como antes, no estaba tanto en contacto con el pueblo. ¡¡¡Lo extrañaba!!! ¡¡¡Mucho!!!
Entonces, me puse el walkman para escuchar la reunión en Brasil y comencé a clamar con un pastor. Lloraba a mares, mi agonía era muy grande. Lloraba, sin darme cuenta del ruido, porque todos estaban en la iglesia, pero, de repente, alguien puso sus manos sobre mi espalda (pues estaba de rodillas), y pensé “¡¡¡¡Oh oh!!!! ¿Quién está viendo esta parte de mi vida?”. Cuando me di vuelta, vi a mamá preguntándome: “¿Qué pasó hija? ¿Julio te pegó?” (jajajaja). Apenas podía controlar mis lágrimas y gemidos. Dije: “No, no es eso”. “¿Qué pasó?”
De repente apareciste tú (fue en esa casa de Portugal, al lado del obispo Paulo). “¿Qué pasó? ¡¡¡Hey, hey!!! ¡¡¡Vamos a dejar de llorar!!! ¡¡¡Calma, calma!!! Dime, ¿qué pasó?”. Y yo, descontrolada, no podía explicarlo. Después de un tiempo, dije, sin saber expresar mi agonía, que no sentía el Espíritu Santo como antes.
“¡Qué es eso, hija mía! El Espíritu Santo no se siente en todo momento. Yo tampoco lo siento a toda hora”. Recuerdo como si fuera hoy, sus palabras y toda la escena..
Tú no podías entender lo que había en esa aflicción. Ni yo sabía explicarlo. Pero era eso, el dolor de no ser usada como antes. No lidiar con el pueblo como antes.
Pasaron meses, y fuimos a Sudáfrica, después a Nueva York, después California, Texas, California, Nueva York, y siempre buscando la forma de actuar para ganar almas, pues normalmente la esposa está lejos. Me fui adaptando a la vida de una esposa natural. Atendía, oraba, acompañaba, etc., pero no era lo mismo.
Comenzó a entrar el deseo personal de tener un hijo, y vino; después lo perdí. Pero siempre le había pedido a Dios que no me hiciera confundir amor de madre con el de Dios y que eso nunca me estorbara al hacer la obra, caso contrario, que lo quitase de mí.
¿Lo crees? Pues fue eso mismo lo que pedí, desde el comienzo.
Cuando perdí todo lo que para mí era la bendición de Dios y fui a parar a Atlanta, me vi en agonía, principalmente cuando recordaba a los niños. Parecía casi depresión de tan fea que era la cosa. Cuando encontraba en la calle a las madres con sus hijos, me dolía; y también cuando estaba en casa, me golpeaba la melancolía. Mi dolor era cruel. Era súper delicado mi caso. Nadie llamaba. Estaba sola.
Pero aún así, no dejaba de hacer aquello que también me gustaba: salir a evangelizar, limpiar y cuidar la iglesia.
Mientras tanto, insistía para que Julio adoptara otro niño, porque el dolor era insoportable. Pero él insistía que ahora no iba a adoptar, ni que tú le dijeras, pues estábamos sufriendo porque años antes le había rogado que aceptara el desafío de adoptar, y que ¡no fuimos llamados para cuidar niños! ¡Fuimos llamados para ganar almas!
Yo quería hacer berrinches al oír eso de él. ¿Cómo puede ser? ¡Ahora no tengo salida! Mis padres no podían ayudarme; nadie. Voy a tener que convivir con eso, ¡no lo puedo creer!
Papá, casi tapaba mis oídos cuando él me decía eso. Y eran varias veces las que yo le pedía, y él se negaba y siempre decía las mismas palabras.
Y cuando él decía esas palabras, Dios me decía allá en el fondo de mi corazón, pero bien bajito: “Hija, pide que te saque ese deseo personal, que es egoísmo de tu parte, pues tú estás en el altar.”
Cuando yo escuchaba esa vos en mi interior, me decía a mí misma: “Ah, pará un momento, ¿el Señor quiere que saque mi sueño, después de todo lo que pasó? Ah no, esto es mi derecho, lo único que me quedó. ¡¡¡Y no voy a pedirle al Señor!!! Caramba, todo el mundo lo tiene, ¿por qué tengo que sacrificar? ¿Por qué yo? A todos les salió bien, ¡y estoy ganando almas también de esa forma!”
Pero ni mis pensamientos me convencían a mí misma de que era correcto lo que yo sentía.
Papá, fue muy duro. Cuando ustedes venían a visitarme, el nudo estaba allí adentro. Sólo Dios para sostenerme para que no me derrame allí delante de ustedes. Parecía que iba a quedar endemoniada, así era la acusación del diablo de todos lados. Él se basaba en la tristeza que yo sentía, e intentaba convencerme de que estaba endemoniada.
Cuando estuvo aquella campaña del Santuario, y tenía un trono; yo había agarrado el sobre. Pero cuando fue la hora de entregarlo, fui con el sobre vacío, pero hablé con Dios así: “Mirá, Dios, ¡este sobre está vacío! ¿Estás viendo? Bueno, pero aquí está mi mayor sueño, lo que yo no quería pedirte ni entregarte. A partir de hoy, te entrego el deseo de tener un hijo, y nunca más voy a buscar realizar ese deseo.”
En aquel altar bien simple, de la iglesia de Atlanta, bajé los dos escalones y me golpeé la cara con un obrero. Mi rostro estaba todo colorado de tanto llorar, porque no había dado algo con lo que estaba sintiendo, sino lo que la fe inteligente me decía que haga. En el momento en el que bajaba, pensé: “No le voy a decir a nadie de este voto, porque no sé si tendré fuerzas para cumplirlo. “
Cuando alcé el rostro y vi al obrero pensé: “El obrero debe estar pensando que estoy llorando porque la iglesia está vacía, pobrecito, ni sabe que estaba dando algo a Dios que ya tendría que haber entregado hacía mucho tiempo.
Papá, me avergoncé tanto delante de Dios. Que triste realidad. ¡Debería estar ganando o invirtiendo en almas! Yo, aquí, ¿sufriendo porque no tengo hijos? ¡¡¡El fin del mundo!!!
Papá, fue como una espada de dos filos. Salí de allí llorando más todavía. Todas las veces que recuerdo ese episodio, me hace llorar de haber sido tan egoísta.
Pero, no sé cuanto tiempo después, no tuve más el deseo de tener hijos.
Después de años, supe que alguien había entrado a aquel santuario conmigo. Y ese alguien habló en la reunión de esposas, en la que yo estaba dando mi testimonio. Ella dijo: “Me acuerdo de usted. Me acuerdo, porque ese día fui bautizada con el Espíritu Santo”. Esa persona es Patricia Barboza.
De aquella iglesia simple, nacieron varios hombres de Dios. Si no me engaño, nueve hombres. Había más hombres que mujeres en la obra, porque hubo sangre en el sacrificio. Esos nueve están haciendo la obra en el altar, además de las mujeres que también están.
Mi ministerio recomenzó ese día, que yo di. Di sin pedir que sacara ese deseo. Di sin sentir. ¡Di para servir!
De allí, comencé a dar frutos.
Fue eso, ¡pero la historia tiene mucho qué contar!
¡En la fe!
Portugués
Inglés
Francés
Italiano
Haití
Ruso