Derechos de la Primogenitura

La creación humana fue la obra maestra de Dios. Garantizó a Adán el derecho de la autoridad Divina en la Tierra. Fue el primogénito o príncipe de Dios en la Tierra. Génesis 1.26
Pero perdió su condición de príncipe de Dios a causa de su desobediencia al Creador. Y lo peor, transfirió fácilmente su dominio a Satanás.
Tal transferencia dio inicio al reino de las injusticias o de las tinieblas, y el planeta Tierra se transformó en un caos. Hasta entonces, el diablo rodeaba la Tierra, pero no tenía ninguna autoridad sobre ella.
El caos tuvo éxito hasta los días de Noé, cuando el Señor resolvió acabar con toda la raza humana y comenzar todo de nuevo. Noé fue escogido para sustituir a Adán en la administración de la Tierra. Justicia, integridad y su andar con Dios lo hicieron el elegido como semilla para una nueva humanidad.
Sem, primogénito de Noé, no siguió los pasos del padre. Y, nuevamente, la corrupción del género humano suplantó a la justicia. Sin embargo, una alianza entre Dios y Noé garantizó la supervivencia del planeta.
Y en lugar de instalar Su Reino en la Tierra a partir de la naturaleza adámica, alma viviente, resolvió hacerlo a través de la naturaleza espiritual, espíritu vivificante. O sea, en las criaturas nacidas del agua y del Espíritu, por medio de la fe en el Señor Jesucristo, Su Primogénito.
Para eso, Él tuvo que generar un pueblo separado de todos los demás, que Le fuese fiel, raza pura y santa para hacer nacer a Su Hijo. Al final de cuentas, Él jamás podría haber nacido en una familia pagana.
Y en el linaje de Sem, primogénito de Noé, Dios encontró a Abraham.
La llamada de Abraham lo transformó en un príncipe de Dios en la Tierra. Génesis 23.6
El proyecto Divino para Abraham era constituir una raza elegida, propiedad exclusiva de Él. Ese pueblo, separado de todos los demás de la Tierra, formaría una nación de sacerdotes del Altísimo, de la cual nacería el Primogénito de Dios: Jesús. 1 Pedro 2.9
Justicia, misericordia y fe hicieron de Abraham el elegido para recibir la plenitud de autoridad Divina en la Tierra. La misma otorgada a Adán y Noé.
En la cultura de la primogenitura, el primer hijo hombre hereda del padre toda su autoridad sobre los demás miembros de la familia. Se transforma en el líder, autoridad máxima en el gobierno del clan. La madre y los demás miembros de la familia le deben obediencia y respeto.
Como las alianzas del Creador con Su criatura en el pasado hicieron surgir la tradición del casamiento, también en el presente, el primogénito, tradicionalmente, carga en sí la responsabilidad de la gerencia de los negocios del padre.
Sin embargo, desde el punto de vista espiritual, la bendición de la primogenitura va mucho más allá de las responsabilidades materiales. Habla al respecto de la autoridad Divina en la Tierra. No sólo del primer hijo hombre, sino de todos los nacidos del agua y del Espíritu Santo. Cualquier hijo legítimo de Dios carga en sí el derecho de la primogenitura. Es un príncipe o princesa de Él en la Tierra. Tiene Su autoridad sobre todas las cosas.
Los nacidos del Espíritu, sean hombres o mujeres, son como los ángeles delante del Altísimo. No tienen sexo, color, edad, raza o clase social. Son todos iguales. Por eso también, son todos principales, príncipes o mensajeros del Eterno en la Tierra.
Abraham tenía esa visión. Por eso su gran preocupación en no permitir que su hijo se casara con una joven pagana, bajo pena de corromper su herencia Divina, a ejemplo de sus antepasados, Adán y Sem.
¿Y no es eso lo que sucede en una familia real? Normalmente, al heredero al trono no le es permitido casarse con una plebeya.
Cuando el Dios-Padre envió a Su Primogénito al mundo, por medio de Él instituyó el Reino de Dios. No solamente en la Tierra, sino en el interior de aquellos que sacrifican el reino de este mundo por el Reino de Dios. Lucas 17.21
Cada persona sellada con el Espíritu Santo por medio de Jesús, es un primogénito de Dios en la Tierra. Es decir, un representante del Eterno en este mundo. Carga Su autoridad sobre principados, potestades, dominadores y fuerzas espirituales del mal.
El Reino de Dios fue inaugurado por el Señor Jesús cuando anuló los pecados de los que Le obedecen, y despojó de la autoridad a los principados y potestades de este mundo en el Calvario.
Por eso, el Espíritu Santo dice:
“…anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz, y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz.” Colosenses 2.14-15
Jesús dijo: “Pero si Yo por el Espíritu de Dios echo fuera los demonios, ciertamente ha llegado a vosotros el Reino de Dios.” Mateo 12.28. O sea, una vez expulsado el principal de este mundo, el corazón humano queda limpio para que se inaugure el Reino de Dios.
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