Del crack al Altar
¡Buen día, obispo!
Me gustaría compartir con usted lo que sucedió en mi vida.
Siempre fui un muchacho muy responsable, respetuoso hacia mi familia y amigos, y sin ningún vicio. Hasta que ingresé en la facultad y fui a vivir a una república en la que todos usaban drogas. Permanecí seis meses irreductible, soportando la invitación de los “amigos”.
Hasta que un día decidí probar la marihuana, pues me sentía un poco rechazado por mis amigos de la república. Y entonces comenzó la desgracia de mi vida. Me involucré tanto con la marihuana que terminé dejando los estudios, dejé la facultad.
Pensé que volviendo a la casa de mis padres y comenzando todo de nuevo podría verme libre del vicio. Solo que no entendía que para cambiar yo tenía que tomar una actitud. Volví y no paré con la marihuana y además empecé a usar otros tipos de drogas: lanza perfume, cocaína, éxtasis, LSD, thinner, cualquier cosa que me dejase loco yo la usaba.
Hasta que comencé a mezclar la marihuana con el crack, la llamada “melaza” o “miel” y empecé a hundirme más y más en las drogas, y eso era solo el comienzo, pues no sabía cuán vicioso al crack sería.
Decidí entonces probar fumar solamente crack. Preparé una latita, cenizas de cigarrillo, y allí estaba yo comenzando a descender hasta el fondo del pozo. Esa sensación diferente de euforia, de lo prohibido, me fascinó, y fue tan rápida esa sensación que lo que más quería era consumir y consumir, hasta volver a sentir esa euforia, ese bienestar.
Pero nunca lo lograba, y después de consumir venía la depresión y las ganas de querer más. Y así viví cuatro años de mi vida.
Cuando mi madre comenzó a desconfiar, ya no me dio más dinero, y la única manera de conseguir era vendiendo lo que tenía, y vendí de todo: las zapatillas, la ropa, la bicicleta, el equipo de sonido, los celulares, todo lo que encontraba era como una moneda de cambio. Llegué a tener solo una camisa, un short y un jean. Y comencé a vender las cosas de mi hermano y la cámara fotográfica de mi madre. Me hundí totalmente en los vicios.
No teniendo nada más para intercambiar, para vender, empecé a comprar fiado, hasta que un día le fui a pedir fiado a un traficante al que ya le debía. Terminé siendo golpeado por él y otros amigos, y entonces fui amenazado de muerte. Él me puso un arma en la cabeza e intentó matarme, solo que no salió ninguna bala.
En ese momento recordé todo lo que mi madre hacía por mí. Ella ya estaba buscando, haciendo las cadenas, e incluso sacrificó por mí, y una vez me dijo: “Ya sacrifiqué y hablé con Dios: o cambias o mueres, ¡pero así yo no quiero!”
Ese día volví a casa y pensé mucho. Eso sucedió el viernes. El sábado recibí en mi casa la visita de un siervo de Dios, un pastor que buscaba a mi hermano y que como no lo encontró, habló conmigo. Me contó su historia de vicios y todo.
Todos esos hechos me hicieron reflexionar y tomé una decisión. El domingo 13 de mayo de 2007, Día de las Madres, dije que le iba a dar el mejor regalo que un hijo le podía dar. Fui a la iglesia con ella, pero yo no sabía que ese mejor regalo en realidad era para mí mismo.
Gracias a Dios me liberé, y hoy formo parte de esta gran Obra de Dios. Soy pastor de la Universal aquí en Argentina.
Lucrécio Santana.
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