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De las tinieblas a la luz

Mi nombre es Pedro Paulo.

Nací en un hogar destruido, lleno de engaños, orgullo y vanidad. No voy a dar nombres para no causarle trastornos o inconvenientes a nadie. Desde los primeros años de vida, comenzó lo que sería para mí una pesadilla estando despierto, pues, escuchaba voces. Era como muchas personas hablando sin que les pudiera entender. Siempre pasaba cuando estaba solo y principalmente de noche, cuando todos dormían. Recuerdo que llamaba a mi mamá y le decía que había personas en la casa. Ella me decía que no había nadie y que yo debía seguir durmiendo. Cuando le preguntaba qué eran esas voces, me decía que sólo yo las podía oír, porque era especial y nadie mas podía oírlas, entonces, crecí engañado.

El tiempo pasó y yo aprendí a convivir con las voces, hasta que pasé a ver a los espíritus. Vivíamos en una casa muy grande y antigua, con muchas habitaciones y un sótano. Yo los veía siempre en el fondo de casa y sobre los árboles. Ellos eran como personas; otras veces aparecían en forma de monos. Dentro mío, sabía que eran los mismos, aunque su apariencia fuera diferente. Yo nunca conseguía entenderlos. Sus voces eran como una multitud de voces discutiendo o peleando.

Yo era muy introvertido, hablaba muy poco y pasaba todo el tiempo perdido en mis pensamientos. Me crié con dos hermanas y mi madre; era el único hombre. Comenzaron a surgir también los primeros problemas dentro de casa y después en la escuela. Siempre fui perseguido y maltratado, principalmente por mi familia. Todo lo que aprendí fue en la calle y nunca pude contar con la ayuda de nadie. Con sólo nueve años, comencé a tomar y a emborracharme. Experimenté el cigarro y ya sentía un deseo enorme de estar con mujeres. Yo ya no las veía más con los ojos de un niño. Andaba muy solo en lugares desiertos y, por eso, muchas veces estuve con la vida en el centro de atención.

A esa altura ya no escuchaba voces con mucha frecuencia. Mi madre había perdido todo lo que tenía, inclusive las ganas de vivir. La recuerdo siempre sentada en una silla. Quedaba allí inmóvil, por mucho tiempo. Quería poder ayudarla, pero no podía, no sabía cómo. Comencé a estudiar, a leer todo sobre misticismo, psicología y espiritualidad. Percibí que tenía un don increíble para influenciar y engañar a las personas. Comencé a sacar provecho de eso y, mientras muchos conocidos usaban armas para robar, yo usaba las palabras y una lapicera. Estaba siempre rodeado de muchas mujeres, bebidas y ya estaba consumiendo drogas también. La perturbación en mi cabeza era cada vez mayor. Dentro de casa sólo había peleas, incomprensión, división y faltas de respeto. Pero, aún delante de todo eso, era interesante el hecho de que siempre mantenerme callado y buscaba no ofender a las personas. Por más que me hicieran daño, yo tenía me preocupaba por no lastimar a nadie, aunque lo hiciera sin darme cuenta a través de las muchas relaciones que mantenía con mujeres.

Cierta vez, estaba en una ciudad de Brasil con una persona para hacer varias malversaciones. Después del primer golpe, volví al hotel y, de repente, golpearon la puerta. Había un muchacho llorando, pero, con mucho coraje, pidiéndome que le devolviera los productos que había adquirido. Él decía que tenía certeza de que yo lo había engañado y que todo sólo sería descubierto después de un tiempo, pero como él era el responsable, tendría que hacerse cargo, y su salario mal podía mantenerlo con su esposa e hija. El otro que estaba conmigo quería matarlo. Quería tirarlo por la ventana, la caída sería fatal. Muchas cosas pasaron por mi cabeza. Tenía 19 años, mucha salud y fuerza, a pesar de tener una vida nocturna y muchos vicios. Estaba delante de un el policía corrupto y fracasado y un joven que dependía de su salario para mantener a la hija. Aún con todos los errores, mi madre me había enseñado, de forma equivocada, a temer a Dios, y eso fue lo que definió aquel momento y dejé que ese muchacho se fuera. Es claro que lo amenacé, pero lo dejé seguir. Mi cómplice no podía hacerme nada en ese momento, al menos no solo; pero yo sabía que podía mandar a alguien.

Decidí irme de Brasil. Quería cambiar de vida. Tomé la decisión de no beber, fumar o drogarme más. Para lograrlo, profundicé en el espiritismo. Adquirí un profundo conocimiento en quiromancia, parapsicología y telepatía. Me mudé a Japón y comencé a trabajar. Pensé que finalmente sería feliz y un día volvería a mi familia. Poco antes de salir de Brasil los ataques volvieron; solamente en sueños, pero no tan fuertes como antes.

Cuando llegué a Japón todo se calmó por un tiempo. Después de algunos años recomenzaron, sólo que con mayor frecuencia y cada vez más fuertes. Fueron años de mucho tormento. Las puertas se abrían y cerraban; las luces se encendían y apagaban. Ellos golpeaban la puerta, caminaban por la casa. Si yo estaba en la habitación, ellos estaban en la cocina y viceversa. Empecé a enloquecer. Ya había buscado respuestas y no las encontraba. Conocí a una chica, me relacioné con ella y quedó embarazada. Yo no quería, pero ella decidió abortar, entonces, la llevé al hospital y se hizo el aborto. Después de eso, veía a la criatura deformada constantemente, El teléfono sonaba y cuando atendía un bebé comenzaba a llorar. Cortaba y otra vez sonaba. Cuando atendía, el bebé estaba llorando. Yo hablaba con ellos, los insultaba, los desafiaba; les pedía que se materializaran para que me pudiera defender. De ahí, comenzaron a tocar mi cuerpo. Me agarraban y yo intentaba, con todas mis fuerzas, defenderme, pero la fuerza que tenían era increíble. Muchas veces, se subían encima mío al punto de sentir su respiración como animales. Sentía las patas, los pelos y su peso sobre mí.

Al mismo tiempo, todo me salía mal. No conseguía quedarme mucho tiempo en el mismo lugar. Cambiaba constantemente de casa, de trabajo, de novia, etc. Todo era muy pasajero en mi vida. Nadie me entendía. Lo peor es que no dejaba que nadie se diera cuenta de lo que yo realmente vivía. Les transmitía seguridad y una tremenda falsa felicidad. Quienes me conocían querían mantenerse cerca de mí. Ellas buscaban en mí la solución para sus problemas. ¿Y qué hacer, si yo no la tenía ni para mí? Pero, nadie sabía eso. Las pocas veces que lograba dormir, me despertaba llorando y con un vacío y tristeza muy grandes, que no conseguía entender el motivo. Me sentía de aquella forma aún cuando todo estaba bien.

Se que es difícil de creer, pero, muchas veces, los espíritus me llevaron dentro del infierno. Allí, veía personas en una situación que jamás voy a olvidar. Ellos me mostraron una escalera tipo “caracol”, que descendía muy profundo, y allí las personas tenían los pies encadenados, estaban desnudas y con las manos esposadas. Descendían al horror. Todos lloraban con la cabeza gacha sin tener cómo defenderse. Era como si ya estuvieran condenados. Me mostraron guerras, muertes y niños siendo asesinados y enterrados vivos en abismos en los que había mucho fuego como un volcán. Yo incluso sentía calor y casi me quemaba. Muchas veces, en esos momentos, quería volver, entonces, veía a mi cuerpo como si estuviera muerto y suspendido en el aire. Eso me sucedió muchas veces, durante muchos años, y yo le pedía a Dios que me ayudase, que me dejara regresar. Cuando gritaba, con todas mis fuerzas, la palabra “Dios”, ellos desaparecían por un breve espacio de tiempo.

Volví a beber y a tomar drogas, porque era una forma de huir de mí mismo. Años de trabajo tirados a la basura, viviendo una mentira, una vida que no era mía. La mentira para mí era tan real que creía que era verdad. Dueño de una sabiduría mundana, tenía una respuesta para todo. Pasé a tomar, sin exagerar, más o menos un litro de whisky por día, y nadie lo notaba. Tomaba como si fuese agua junto a las drogas. No recuerdo que alguien me haya hablado de Dios o de la Biblia. Apenas sé que ya tenía todo pervertido en mi cabeza. Estudié ufología y allí también se usa la Biblia para probar que existen los extraterrestres. Ellos usan el pasaje de génesis 6:1, 2: “Aconteció que cuando comenzaron los hombres a multiplicarse sobre la faz de la tierra, y les nacieron hijas, que viendo los hijos de Dios que las hijas de los hombres eran hermosas, tomaron para sí mujeres”. Para ellos, estos hijos de Dios serían los supuestos ovnis. La ascensión de Jesús sería una nave debajo de una nube, que lo llevó al cielo. En fin, todo tipo de engaños estaba dentro mío. Aún teniendo una versión perfecta, no miraba hacia arriba, por eso miraba apenas hacia abajo, como las personas bajando por la escalera.

En medio de todo ese tormento, regresé a Brasil y allá fue el fondo del pozo: tristeza, derrotas, fracasos y mucha humillación. Fui a parar a la casa de los espíritus. Llegando allí, el espíritu me hizo una serie de preguntas que me hizo desconfiar. Yo adivinaba todavía más cuando necesitaba. Pero, resumiendo, me dijo que yo había sido preparado durante todos esos años para servirlos y dirigir aquel lugar. Yo necesitaba aceptar que el espíritu que se autoproclamaba mi dueño o mi padre estaba allí esperándome, listo para entrar en mi cuerpo. Me dijo que mientras no lo aceptase, mi vida no iba a cambiar. No sé explicar por qué le dije que no aceptaba. En el mismo momento se armó una situación en aquel lugar. El espíritu me hizo la siguiente pregunta: “¿Qué estás buscando? Has venido de lejos, ¿qué quieres aquí?”. Yo respondí: “¡Estoy en búsqueda de la verdad!”. Él no tuvo ninguna respuesta para darme. Me dijo que volviera después de algunos días y pensara al respecto del guía que tenía que recibir.

El tiempo determinado pasó. Yo estaba en una fiesta y recordé que había llegado el momento de volver a aquel lugar. En ese momento, escuché a una persona decirle a otra: “No sirve que Paulo vaya hoy porque el lugar está en cuarentena. Comienza hoy y sólo va a retomar las actividades dentro de 40 días. Él está muy perturbado. Existe un lugar en la ciudad en el que cuando una persona está así y va hasta allá, hay unos pastores que expulsan el mal que está en las personas”. Esto fue suficiente para que yo saliera andando por las calles sin saber qué lugar era este, porque el orgullo jamás me iba a permitir preguntar, pero yo anduve por ahí no sé por cuanto tiempo. Anduve mucho a pie. Hasta que pasé por la puerta del lugar. No podía ver el nombre ni identificarlo, pero una voz dentro mío me decía que aquel era el lugar del que había hablado esa persona. Una voz decía “¡Entra ahí!” Y otra voz decía: “¡No entre!” Yo me quedé allí no sé por cuánto tiempo hasta que entré.

En el mismo instante, el peso que cargaba salió de mí. Allí, encontré a un chico diciendo cosas que yo no entendía pero con una autoridad que yo no conocía. Por la noche, yo los oía hablar y veía una hoguera que ellos hicieron en el fondo de casa. Estaban muy irritados conmigo. Entonces, recordé la canción que escuché allá y comencé a cantarla. Después de mucho tiempo pasé a sentirme bien. Entonces, volví a aquel lugar por la tarde.

El lugar que era enorme y estaba repleto de gente. Personas de todos los tipos. De repente, apareció un hombre de blanco y comenzó a cantar y hablar, entonces, ya no escuché más. Oí un sonido que estaba acostumbrado a oír. Era una conmoción enorme con personas arrodilladas cayendo y yo me agarraba de la silla de adelante con todas mis fuerzas para no caer. El sudor corría por mi cuerpo como agua y tenía ganas de cerrar los ojos y dejarme ir, pero tenía que ver hasta el final lo que estaba sucediendo ahí. Hasta que se hizo silencio y pude oír lo que decían. Escuché al hombre de blanco dar órdenes a las personas que estaban allí torcidas para que se arrodillasen y las llamaba por nombres que yo conocía muy bien, y la orden era en el Nombre del Señor Jesús. Sólo ahí entendí de qué lado estaba; quién era Dios y quiénes eran los villanos. Cayó la venda de mis ojos; la oscuridad dio lugar a la luz y, de a poco, el peso fue desapareciendo. Comencé a vivir nuevamente. Volví a sonreír y a creer que podría ser feliz. Comencé una corrida desesperante para decirle a todos los que conocía y que vivieron conmigo que estaban sufriendo. Yo quería hablar de Jesús a todos.

Volví a Japón y busqué a todos para hablar de Jesús. En 3 meses, llevé casi 70 personas a la Iglesia. Muchos creyeron y se convirtieron, pero yo no pensé que ya estaba todo bien. Así como antes, busqué leer toda la Biblia. No apenas una vez. La leí dos veces. Quería saber más que el pastor. No fumaba, no tomaba, no usaba más drogas, pero, a veces, mentía para caer bien. No vencía mi carne, estaba cayendo siempre en el error de la prostitución y la promiscuidad. Llegaba al punto de acostarme con una persona y que el diablo hablase conmigo a través de ella. Me arrepentía, lloraba y le pedía perdón a Dios, pero no duraba mucho. A veces semanas, a veces meses, y nuevamente cometía el mismo error. Eso duró más de 5 años hasta que no tuve más fuerzas de ir a la Iglesia y nuevamente estuve en el fondo del pozo, sin nada, con deudas y mucha vergüenza por decirme de Dios y dar un testimonio tan horrible y podrido.

En la ocasión, tuve una relación con una persona que quedó embarazada y aún ante este embarazo la abandoné y me fui a Estados Unidos. Estaba una vez más en los vicios del alcohol y las drogas. Estaba sin dirección y sin saber qué hacer. En el primer día en que llegué aquí, alguien cuyo rostro no vi me dio una invitación para la Iglesia, entonces yo ya sabía la dirección, pero no podía volver. Pensaba que Dios nunca me iba a perdonar por todo lo que hice. Cuando alguien decía que estaba sufriendo, aún estando perturbado, yo la llevaba a la persona a la Iglesia y no entraba. Hasta que un día comencé a pensar por qué todo me estaba saliendo bien. Al final, estaba pudiendo vivir bien en un país al que acababa de llegar. Tenía dos buenos trabajos y no necesitaba nada. Recordé que una vez el pastor dijo que Dios nunca le debe nada a nadie y que todo lo que alguien hace u ofrenda en la Iglesia, cuando la persona Lo abandona, Dios se lo devuelve. Ya hacía más de un año que estaba apartado y comencé a pensar en mi Salvación y en todo lo que Dios había hecho en mi vida y en la vida de otras personas que yo conocía y había llevado a la Iglesia. Decidí volver.

Cuando volví, comenzó nuevamente mi proceso de liberación y, un día, cuando me desperté, decidí hacer un voto con Dios Cuando llegué a la Iglesia el pastor dijo que quien estaba allí dispuesto a hacer un voto con Dios, un pacto de sangre, de vida o muerte, podía ir hasta el altar. Yo ya estaba allá y no escuché nada más de lo que el pastor habló. Le dije a Dios: “No puedo ser más la misma persona; ¡quiero cambiar! Si el Señor me perdona y me acepta, aunque sea para limpiar el baño de la Iglesia y hacer que las personas que perjudiqué me perdonen, y que un día pueda ver a mi hija que no vi nacer y volver a ver a mi madre con vida, entrego a Ti mi vida y prometo servirte hasta el último día de mi vida. Si vuelvo atrás y me prostituyo y no Te obedezco, el Señor puede entregarme en las manos de mis enemigos físicos y espirituales”. En el mismo instante, tuve la certeza de que los demonios que estaban en mi cuerpo salieron de mi interior y el Espíritu Santo ya estaba dentro mío. Pedí la confirmación y en la misma semana la recibí. Fui sincero en mi voto, fue mi último recurso.

Cada vez que mi cuerpo pedía algo, recordaba el voto y a mis enemigos. Pasé por el desierto y enfrenté muchas luchas. Cada día fueron sucediendo milagros. Yo decidí esperar que Dios arreglara mi vida porque, a pesar de tener 40 años, veía difícil relacionarme con alguien de nuevo, pero por otro lado, creía y confié en Dios, como dice en Proverbios 19:14: “La casa y las riquezas son herencia de los padres; mas del Señor la mujer prudente”. Yo confiaba y esperaba en esta promesa. Un día, yo doblé mis rodillas y pedí que esa promesa se cumpliera en mi vida y no tardó mucho, como las otras respuestas de Dios. Luego encontré a la que sería mi esposa y compañera en esta nueva fase de mi vida. Como yo había pedido a Dios que no fuera mi elección, pero sí la Suya, que Él me diera la certeza y confirmase en mi corazón, y así fue.

El día que la vi por primera vez, tuve la certeza a primera vista; en el primer diálogo la certeza se fue confirmando. Nació un amor capaz de unirnos para siempre. Hoy, estoy casado y feliz con la mejor esposa y la más bella de todas. No necesito mezclarme con otras mujeres ni tampoco buscar la felicidad que tanto busqué y nunca encontré, porque sólo ahora, después de haber tenido tantas mujeres, descubrí lo que es el amor, el sexo verdadero, la complicidad y el sentido de la palabra familia.

Pedro Paulo Nakagawa