Culto a la hipocresía
Una noticia divulgada por las principales agencias del mundo, este martes (16), informa que fueron hallados 340 fetos en un templo budista, en Tailandia, provenientes de abortos ilegales. En aquel país, así como en muchos otros, inclusive Brasil, la práctica del aborto sólo está permitida cuando el embarazo es fruto de una violación o cuando pone a la madre en riesgo de muerte.
La gran pregunta ante esta situación no está solamente en el horror de la escena de fetos humanos envueltos en plástico y papel de periódico, encontrados en los sótanos del templo, sino la hipocresía humana, principalmente delante de sus creencias religiosas.
Hechos semejantes a este ya sucedieron en diversos países, que profesan alguna religión oficial, independientemente de cuál sea. Lo que llama la atención no es que este tipo de cosas suceden entre pueblos de la religión A, B o Z, sino en la forma hipócrita en la que las personas han lidiado con sus valores personales.
Por querer demostrar respeto o temor a un determinado dios, las sociedades se ponen en contra a la despenalización del aborto, exteriorizando conceptos morales estipulados por ellas mismas, pero imputándolos a la creencia a la que dicen servir. Fuera del alcance de los ojos de sus componentes, esa misma sociedad anda contramano de lo que dice creer y, como en el ejemplo reciente de Tailandia, envuelve el producto de su hipocresía en pedazos de plástico y periódico. Viven todo lo contrario a lo que predican.
¿Qué especie de ser es ese a quien las sociedades llaman de dios o divinidad, de quien ellas mismas creen que pueden encubrir sus “pecados”, y en nombre de quien viven una falsa moralidad, creando y defendiendo reglas que impiden que las personas tengan control sobre su propio cuerpo? En verdad, lo que más les importa es su imagen delante de los demás. No quieren “ser”, quieren “parecer que son”. Hombres hipócritas, amadores de sí mismos.
Inahiá Castro
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