Condenado a 120 años es consagrado a obrero
¡Hola, obispo!
Mi nombre es Paulo José França Muniz. Vengo a dar mi testimonio a través de este relato. Este amigo que le escribe es un hombre que lo odiaba mucho, incluso sin conocerlo.
Solo de oír su voz, me transformaba en el propio diablo.
Vengo de una familia destruida. Mi madre dejó a mi padre e inmediatamente él se mató. Ingresé a la vida de la delincuencia a los 9 años de edad, en el estado de Bahía. Muchos de mi familia sirven a los espíritus malignos.
Recuerdo una ocasión en la que peleaba con mi hermana, y le rompí el brazo a mi madre cuando nos quiso separar. Desde aquel día mi vida se convirtió en un infierno, y terminé transformándome en un asaltante, a pesar de tener 10 años de edad.
Yo era muy respetado en el mundo de la delincuencia – robando y matando. Que yo recuerde, le quité la vida a cinco personas.
A los 17 años, le daba mucho trabajo a los policías de aquella provincia, y mi madre sufrió mucho. Cuando ella escuchaba hablar de que estaba habiendo un tiroteo en la región, ya sabía que era yo. Ella no aceptaba la vida que yo llevaba. Hasta que llegó un día en que la policía le dijo que yo no llegaría a los 18 años.
Entonces decidí detenerme por algunos meses.
Mi madre pensó que yo había cambiado. Me envió a San Pablo, a la casa de mi tío, para que estuviese lejos de las malas compañías.
Llegando a San Pablo, en poco tiempo, ya armé una nueva cuadrilla con seis personas y salí a robar empresas de transporte. Aparentemente, todo estaba resultando bien y vivía una vida de rico.
En fin, mi vida aquí en San Pablo tuvo durante 6 años esa rutina, hasta que un día fui detenido asaltando una fábrica. Las cárceles públicas de la región no me aceptaban ni a mí ni a mis compañeros, porque ya sabían que huiríamos. Entonces me mandaron al antiguo Carandiru.
Me vi allí dentro preso, aspirando ‘harina’, fumando marihuana, igual que un loco. Todos me abandonaron. Me vi en el fondo del pozo. Fui evangelizado por un obrero de la Universal llamado João Gomes. Armé una trampa para matarlo, pero no resultó.
Sentía una rabia incontrolable hacia el pueblo de la Universal.
Pasados unos días, le pedí ayuda a una denominación, porque no tenía más coraje de pedirle ayuda al pueblo de la Universal, pero esa denominación me cerró las puertas, no me aceptó.
Me encontraba en una situación en la que pensaba quitarme la vida, pues ya no tenía más droga para usar ni familia.
¿Quién se me aparece en ese momento de desesperación?
Un evangelista de la Universal, que también había estado detenido. Él conversó conmigo y me oyó, comprometiéndose a ayudarme en la situación en la que yo estaba.
Desde ese día comencé a tener vergüenza y dejé que Jesús me ayudara.
Fui condenado a 120 años de prisión, y estoy preso hace 15 años y 5 meses. Pero soy feliz y libre, pues hace ya 14 años que fui consagrado a evangelista por el pastor Afonso, que hoy es obispo. Él acompañó toda mi trayectoria.
Hago la Obra de Dios con mucho amor y dedicación por las almas. Conozco el significado de Jesús en mi vida.
Ah, pero lo más fuerte viene ahora.
Yo ya era evangelista en 2001 cuando ayudé a un compañero preso, y este me traicionó.
Yo le había roto el brazo a un ciudadano, ex policía jubilado, y le prendí fuego a la casa y al auto. También le maté al loro. Hice una barbaridad.
Cierto día, evangelizando dentro de la cárcel, oí un comentario: “Hoy va a morir un obrero de la Universal…” Porque el hijo del ex policía estaba detenido también y sabía que era yo el que le había hecho esa barbaridad a su padre, por eso citaron mi nombre. Eran tantos detenidos juntos que yo sabía quién me iba a matar, pero ellos no sabían, ni me conocían.
El que les dio mi nombre fue ese muchacho al que yo estaba ayudando.
Yo solo oraba y ayunaba durante una semana.
Fui y conversé con el obrero João, y el obispo dio la orden de que el obrero me ayudase. Él fue a conversar con esos ladrones que, en ese momento, formaban parte de una facción que actúa dentro y fuera de los presidios.
Ellos dijeron: “A ustedes los respetamos mucho, ¡pero lo que él hizo es imperdonable!”
El obispo prometió conseguir una transferencia de cárcel ese mismo día, para que no me mataran. Aparentemente, todo iba a resultar bien, pero no fui transferido.
Al otro día, el obispo llegó y me preguntó qué había sucedido para que yo no fuera transferido. Simplemente respondí: “A cualquier lugar donde yo vaya, existen las cartas y los teléfonos. Sabrán adónde estoy y van a dar orden de que me maten.”
Le dije que yo resolvería mi problema. ¿Qué Dios es Este al que estoy sirviendo?
¡Una pesadilla más!
Él puso las manos en mi cabeza, me bendijo y ordenó que me fuera. Todos los que trabajaban en la Obra de Dios allí en aquel presidio se apartaron de mí, porque sabían que yo iba y no volvería vivo. Solo uno decidió ir conmigo.
Llegando a aquel pabellón 7, me encontré con 10 ladrones, todos con cuchillos. Vi mi muerte. Cuando me vieron, comenzaron a insultarme, porque pasaban todos los días buscándome, pero el propio Dios me cubría con Su manto. Ya tenía hasta una persona encomendada para asumir mi muerte en medio de aquella confusión, tipo un juicio, que decidirían si me matarían o no.
El teléfono de uno de ellos sonó.
Era su mujer pidiendo que no me matasen, porque yo también servía a Dios en la misma iglesia que ella.
Cuando él les pasó el mensaje, insistieron en que me mataran, pero él les dijo que obedecería al pedido de su esposa. Mal sabía él que obedeció al propio Dios.
En todos estos años nada de eso me quebrantó, por ese motivo me dedico a hacer la Obra de Dios cada vez mejor. Estoy a punto de ganar mi libertad y continuaré haciendo la Obra de Dios ahí afuera.
Conversaba mucho con Marcos Sales, que hoy es pastor y estaba preso conmigo.
Cuando conversábamos acerca de que seríamos pastores de la Universal, los pastores que nos oían decían que para nosotros “era tarde”, porque teníamos demasiada edad. Pero nosotros, por dentro, no lo aceptábamos, y hoy Marcos, a los 39 años, fue consagrado a pastor y es responsable de siete regiones de los presidios.
Yo tengo 38 años y no quiero ser pastor, y sí un obispo de presidio, porque sé que con el Dios que sirvo puedo ayudar a mucha gente.
Este es un relato del detenido Paulo José França Muniz.
La Universal en los presidios
No importa donde están, mucho menos sus equivocaciones, cuando existe arrepentimiento, sinceridad delante de nuestro Dios, el Espíritu Santo viene, posee a la persona, transforma ¡y comienza a usarla como su instrumento donde quiera que esté!
La foto muestra a seis presidiarios siendo consagrados a obreros dentro de la cárcel, el día 05/04/2013. Son nuestros auxiliares dentro del presidio.
¡Gracias a Dios!

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