Cicatrices de hijo de obispo
¡Buenas tardes, obispo!
Tengo varias cicatrices en el cuerpo.
Siete de ellas cuentan historias:
Dos en la cabeza, de accidentes durante la infancia: una la adquirí cuando me caí del andador y me abrí la frente a los 3 años de edad; y la otra, a los 5 años, jugando en la iglesia.
Una más en la ingle, de un cateterismo, proceso preoperatorio para evaluar la gravedad de un problema cardíaco – si no estoy equivocado – a los 6 años de edad.
Otra, que atraviesa todo mi pecho, producida por una cirugía cardíaca a los 7 años, con riesgo de muerte y complicaciones pulmonares, para resolver un problema de soplo que se agravó por negligencia de los médicos – mi padre y mi madre pasaban madrugadas en el hospital, dormían en sillas de aluminio frías y se despertaban con dolores musculares; la atención médica, a veces, era precaria y negligente.
Una serie de pequeñas cicatrices en el pecho y en la espalda, de relaciones sexuales en la adolescencia, de las cuales salía con el pecho sangrando debido a los arañazos. Relaciones esas que siempre terminaban en discusiones, agresiones, etc.
Otra, en el abdomen, de una apendicetomía. Mi apéndice se inflamó, explotó y el pus estaba afectando otros órganos, lo que provocó, además de la remoción del apéndice, una especie de lavaje para limpiar y tratar los órganos perjudicados. Estuve cuatro días sin poder comer o beber, con una sonda y un “tubito” para vaciar la secreción del abdomen, durante casi una semana internado en el hospital.
Existe una frase que es constantemente usada refiriéndose a los hijos de obispos y pastores: “¡Ustedes nacieron en una cuna de oro!”
Yo concuerdo con la teoría, pero no garantiza nada en la realidad.
Obispo, conocí muchos hijos de pastores y obispos, y es un hecho que muchos pasan por problemas simples en la adolescencia. Generalmente relacionados a crisis de identidad debido a las innumerables mudanzas de provincia, ciudad y hasta país, y también a relaciones sentimentales. Hasta aquí, nada especial, si lo comparamos a tantas otras situaciones que pasan, a veces, por lo desconocido, como abortos, estupros, drogas, relación con el delito, homosexualismo, bisexualismo, ocultismo, brujería, etc.
Y no sirve de nada que el padre intente “atraparlo” dentro de la casa o que lo lleve a pasar el día entero en la iglesia, pues el diablo actúa en todos lados – ¡incluso en la EBI!
Antes de conocer realmente al Señor Jesús, leía libros sobre tarot, astrología, espiritismo, masonería y ocultismo. Tomaba, fumaba, me prostituía y andaba con todo tipo de personas que usted pueda imaginar. Algunos eran ex obreros, ex pastores, hijos de pastores y ex pastores, “obreros”, integrantes del grupo joven, etc. Hoy, algunos están muertos y otros dejaron la Obra, y ni siquiera hay noticias de ellos. Oro por esas personas.
Le tenía miedo a la muerte, a quedarme solo sin mis padres – lo es una constante en el testimonio de muchos hijos de pastores y obispos. Cuando escuchaba un ruido de truenos (le tenía miedo a la lluvia), un avión o cualquier otra cosa desconocida en el cielo, corría hacia la ventana para ver si veía niños en la calle (pues los niños serán salvos debido a su pureza) y para mirar al cielo y ver si no había nada “extraño”. Eso, cuando no llamaba rápidamente a mi madre, solo para ver si ella atendía y me disculpaba con cualquier excusa.
Me involucré en peleas constantemente. Cierta vez, cinco alumnos de un colegio militar, donde yo era becario en San Pablo, intentaron abusar de mí, y no lo consiguieron solamente porque luché y peleé hasta que el inspector derribó la puerta. Algunas veces casi me mataron, pues yo me metía en discusiones con marginales y delincuentes frecuentemente; en algunas oportunidades tuve que esconderme y huir.
Masturbación, pornografía y mentiras eran el pan nuestro de cada día. Mis padres ni soñaban con nada de eso. Descubrían uno u otro “amorío”, y solamente hace un año mi padre se enteró en una conversación que llegué a ser “ateo”, ¡pues no creía en Dios ni en nada más!
La cuestión es, obispo, que mis padres siempre lucharon por mí, pues, aun sin saber que yo estaba más involucrado con el infierno de lo que imaginaban, el Espíritu Santo les mostraba que no estaba bien, y ellos me orientaban sobre eso muchas veces.
Tuve varias idas y venidas en la iglesia. Verdaderamente, nunca dejé de ir a las reuniones de miércoles y de domingo, pero lo hacía para agradarlos y evitar limitaciones.
Desde la infancia, hacían votos por mi salud, y, aun después de haber sido curado en una Campaña de Israel del Monte Carmelo, mis padres continuaron haciendo votos por mi salvación, conversión y bautismo en el Espíritu Santo. Me acuerdo de una oración que mi padre hizo mucho antes de que me involucrara con muchas de esas cosas. Decía: “Mi Dios, ya lo entregué en Tus manos, ¡ahora haz Tu obra!”
Es muy importante subrayar que cuando tuve depresión, pensaba en desaparecer, pasaba las madrugadas despierto y lloraba todos los días escondido, pero el testimonio de vida y el carácter de mis padres hablaron fuerte conmigo.
Pensé: “¿Cómo ellos que tienen todos esos años de casados, que se mudan tanto como yo, que conviven y se relacionan con millares de personas por semana, consiguen mantener la paz y la alegría, el cariño y el respeto?”
Comencé a concurrir a las reuniones de liberación escondido al principio.
¡Lloraba, temblaba, transpiraba!
Después de la liberación, empecé a involucrarme con todo lo que era bueno: evangelización y reunión de discípulos principalmente, y ¡me aparté, literalmente de todos los que no me aportaban nada!
Comencé a odiar todo lo que me apartaba de Dios.
Fui liberado, curado, me convertí y recibí el Espíritu Santo. ¡La sed por las almas aumentó!
Y el final de esta historia, usted ya la sabe: en esa sala de entrevista, cuando me dijo “¡Sus padres son sus primeras ovejas!”
Hoy sí, entiendo que nacer “hijo de pastor” no nos garantiza nada. No es una cuna de oro solo por el título de los padres, sino por el voto que es hecho, ¡la integridad, el carácter y la dedicación a la Obra de Dios hacen toda la diferencia!
Los padres a veces, no saben lo que pasa con sus hijos (en medio de los pastores eso es común), pues existen reuniones, vigilias, campañas y solo un día por semana para descansar y disfrutar de la familia. Pero, cuando hay una entrega verdadera para ganar almas y un testimonio de hombre y de mujer de Dios en su hogar, aliado a un voto por esa alma, ¡el milagro con seguridad sucede!
Me convertí en el estado de Rio Grande do Sul. ¿Quién garantiza que no podría haber sido yo uno de los que estaban en aquella discoteca? Ellos tenían mi edad hoy, y muchos de ellos, como yo, fueron a escondidas a ese lugar. Si no hubiera sido por el voto, hoy no estaría aquí. Peor, ¡podría estar allá!
¿Las cicatrices? Me recuerdan de dónde vengo y hacia dónde voy.
¡Esta Campaña de la Familia va a ser maravillosa!
Michael Costa
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