Carta de un ex-miembro de la Iglesia Mundial
Volví a la IURD hace un mes. Mi esposo y yo nos conocimos en la Iglesia Universal y nunca fui al mundo. Me casé y después de dos años mi esposo decidió ir a la Mundial. Fuimos levantados obreros allí. Yo fui por sumisión, al principio me estaba sintiendo bien, pero mi vida espiritual fue cayendo día a día.
Transcurridos casi dos años, yo ya estaba como miembro sólo para agradarlo. Continuaba yendo con él, pero estaba muy mal, espiritualmente hablando. Comenzaron a aparecer problemas de salud que nunca tuve, siempre tomando remedios, pero continuaba tranquila, acompañando a mi esposo, que está como obrero.
Este año, a fines de enero, decidí por mi vida y volví para la Universal, solita. Mi marido estuvo de acuerdo, pero en el fondo él no quiere que vaya, pues me critica todos los días. Quiere que vaya con él a la Mundial y dijo que no está contento con esta situación. Muchas veces, él me trata muy mal, es áspero en sus palabras y me humilla frente a mis padres y de sus parientes, gritándome si yo dudo en alguna palabra o actitud.
Estoy feliz, porque me reencontré con el Señor Jesús. Fui curada, y yo ya ni sabía lo que era tener la presencia de Dios y decir “Yo te amo Jesús”. Y estoy yendo martes, miércoles y domingos, y hace dos domingos fui renovada por el Espíritu Santo, hablando en lenguas, lo que no sucedía hace dos años.
Estoy feliz, pero la presión está aumentando día tras día, y mucho. Hasta cambió el obispo de la Iglesia Mundial en mi ciudad y vino uno que a mi marido le gusta mucho, porque fue quien lo consagró a obrero. No sé qué hacer – estoy orando – no sé si eso que está en mi marido es un demonio o cosas de él, porque él no era así cuando iba conmigo a la Universal. Él siempre fue muy manso, pero ahora está lleno de “razón”. Yo nunca puedo opinar nada, porque ya tengo miedo de decir algo y que él salga con alguna grosería.
Yo me esfuerzo para ser una esposa virtuosa, trabajo (empleo bendecido. A veces, gano más que él) y dejo la casa linda para mi esposo. Cocino, hago lo bueno y lo mejor, doy cariño y siempre fui así, lo traté como a un bizcocho. Prefiero hacer antes las cosas para él y dejar las mías o a mí en segundo plano. Creo que cada día me anulo más y me dedico más y más, pero mi salvación y mi vida con Dios están en primer lugar.
Estoy luchando, no pretendo retroceder. ¿Estoy actuando correctamente? ¿Hasta que punto debo ser sumisa?
Gracias por su atención.
RESPUESTA:
La sumisión de la mujer para con su marido no puede ser considerada sin límites. La sumisión solamente debe ser ilimitada cuando se trata de la relación con el Señor Jesucristo. ¡Él es el Señor!
Imagine si el marido incrédulo exige que su mujer abandone o niegue su fe en el Señor Jesús. ¿Ella tendrá que hacerlo para cumplir su obligación de sumisión? ¡Está claro que no!
Por lo tanto, hay que usar la fe con buen sentido y equilibrio para no entristecer al Espíritu Santo.
Dios la bendiga abundantemente.
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