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Caravana del Rescate en Porto Alegre – RS

¡Buen día, obispo Sergio!

Quiero agradecerle primeramente a Dios por haber tenido la misericordia de cuidar de mí y por haberme permitido oír el mensaje que usted le trajo al pueblo gaucho, pues yo estaba exactamente como usted dijo: dentro de la iglesia, pero lejos de Dios.

Estoy en la Universal hace 16 años. Fui obrera durante 11 años y le pedí al pastor dejar de serlo. Hasta entonces todo iba bien, porque por la misericordia de Dios nunca me alejé de la iglesia. Decidí ser una miembro bendecida. Es entonces que viene la sensación de bienestar. La propia voz del diablo hacía que yo creyera que por permanecer en la iglesia estaba bien con Dios, pero la realidad era otra.

Cada día era una lucha constante dentro de mí. Iba a la iglesia, pero entraba hueca y salía vacía, raras veces lloraba en la presencia de Dios, pero fue tal cual como usted dijo en la reunión: las personas que me conocen dentro de la iglesia, obreros de mi época, incluso pastores, nunca me preguntaron cómo estaba yo espiritualmente quizás por ver que permanecía allí, aun habiendo salido de la Obra. Pero solo Dios y yo sabíamos cómo me sentía.

Hace días intento hacer ayunos, propósitos, pero confieso que ha sido muy difícil, y hoy, obispo, creo que fue el propio Dios que lo trajo a usted aquí para hablar conmigo, porque dijo todo lo que yo necesitaba oír.

Durante todos estos años que estoy en la iglesia, nunca pasé adelante cuando el pastor o el obispo llamaban. Hoy veo que era mi propio orgullo. ¿Cómo podría pasar yo adelante? ¿Qué iban a pensar de mí las personas? Y en la reunión, obispo, fue diferente. Cuando usted llamó para ir adelante, sentí un impulso. No lo pensé dos veces, y allá estaba yo, a los pies del Señor Jesús, derramándome en lágrimas, pidiéndole a Él misericordia y perdón por haber tenido un desencuentro con Él, ya que, en aquel momento, lo que yo más deseaba era tener un real y verdadero encuentro con Dios, vivir para Cristo.

Fue muy fuerte, obispo. Casi no lograba hablar de tanto que lloré. No era emoción. Sentí al propio Dios ahí juntito a mí, protegiéndome y diciendo que estaba conmigo. Cuando usted comenzó la oración fuerte, el diablo vino con todo para intentar colocar dudas en mi corazón, diciendo que Dios no me quería y que no me había perdonado, pero yo creí en la entrega que había hecho minutos antes y le dije al diablo: “¡Ya saliste de mi vida, no me tocas nunca más, porque mi vida pertenece a mi Dios!”

Salí radiante de la reunión, y a las 17 hs. volví para concretar la bendición de mi día: me bauticé, puse mi vida 100% en el Altar, en las manos de Dios. Busqué con todas mis fuerzas en la reunión de las 18 hs. Y ahora aquí, obispo, escribiéndole este e-mail, puedo decir que hoy NACÍ DE DIOS, soy Hija y ya no soy criatura.

Y muy pronto estaré de vuelta en la guerra, vistiendo mi armadura y dejando que Dios me use como quiera.

Muchas gracias, obispo Sérgio, que Dios pueda usarlo y bendecirlo a usted y a su familia a cada día.

¡Un fuerte abrazo con mucho cariño!
Giselle