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Calidad de vida

La calidad de nuestra fe en Dios determina la calidad de vida que se quiere. Lea esta maravillosa experiencia, relatada por un autor anónimo.

blog06092009

Teníamos una clase de Fisiología en la escuela de medicina inmediatamente después de la semana de la Patria. Como la mayoría de los alumnos había viajado, aprovechando los días festivos, todos estaban ansiosos para contar las novedades a los compañeros y la excitación era general.

 

Un viejo profesor entró en la sala e inmediatamente detectó que le costaría trabajo poder poner silencio en esa clase. Con gran dosis de paciencia intentó comenzar la clase, pero ¿usted cree que mi compañeros se callaron? Nada de eso.

 

Con una cierta exigencia, el profesor pidió silencio educadamente. No sirvió de nada. Ignoramos la petición y continuamos conversando.

 

Fue entonces cuando el viejo profesor perdió la paciencia y dio la mayor bronca que yo ya presencié.

 

Vea lo que él habló: “Presten atención, porque yo voy a hablar esto una sola vez”, dijo, levantando la voz, y un silencio cargado de culpa se instaló en toda la sala. El profesor continuó:”Desde que comencé a dedicarme a la docencia – eso ya hace muchos años – descubrí que nosotros, los profesores, logramos alcanzar apenas a un 5% del total de los alumnos de una clase. En todos estos años, observé que de cada cien alumnos, sólo el cinco por ciento son realmente aquellos que hacen alguna diferencia en el futuro; sólo el cinco por ciento se hacen profesionales brillantes y contribuyen de forma significativa a mejorar la calidad de vida de las personas. Los otros 95% sirven sólo para hacer volumen; son mediocres y pasan por la vida sin marcar diferencia alguna. Lo interesante es que este porcentaje vale para todo el mundo.

Si prestarais atención, notaríais que de cien profesores, sólo el cinco por ciento son aquellos que hacen la diferencia; de cien camareros, sólo el cinco por ciento son excelentes; de cien conductores de taxi, sólo el cinco por ciento son verdaderos profesionales; y podemos generalizar aún más: de cien personas, sólo el cinco por ciento son verdaderamente especiales. Es una pena muy grande que no tuviéramos cómo separar estos 5% del resto, pues, si eso fuera posible, yo dejaría sólo los alumnos especiales en esta sala y los demás estarían excluidos. Entonces, tendría el silencio necesario para dar una buena clase y dormiría tranquilo, sabiendo que habría invertido en los mejores. Pero, infelizmente no hay como saber cuáles de vosotros son estos alumnos. Sólo el tiempo es capaz de mostrar eso. Por lo tanto, tendré que conformarme e intentar dar una clase para los alumnos especiales, a pesar de la confusión que estará siendo hecha por el resto. Claro que cada uno de vosotros siempre puede escoger a cual grupo pertenecerá. Gracias por la atención y vamos con la clase de hoy.”

 

No necesito explicar el silencio que se hizo en la sala y el nivel de atención que el profesor consiguió después de aquel discurso. De hecho, la bronca tocó en lo más profundo de todos nosotros, pues mis compañeros tuvieron un comportamiento ejemplar en todas las clases de Fisiología durante todo el semestre. Pues, ¿a quién le gustaría de, espontáneamente, ser clasificado como persona que forma parte del grupo de los restantes 95%?

 

Hoy, no me acuerdo de muchas cosas de las clases de Fisiología, pero la bronca del profesor nunca la olvidé. Para mí, aquel profesor fue uno de los un 5% que hicieron la diferencia en mi vida. De hecho, percibí que él tenía razón y, desde entonces, he hecho de todo para quedarme siempre en el grupo de los pertenecientes al 5%, pero, como él dijo, no hay como saber si estamos yendo bien o no. Sólo el tiempo dirá a que grupo pertenecemos. Pero, una cosa es cierta: si no intentáramos ser especiales en todo lo que hacemos; si no intentáramos hacer todo lo mejor posible, seguramente acabaremos formando parte del grupo de los restantes 95%.

 

Así también es en lo concerniente a la fe en la Palabra de Dios. Quien se esmera en amoldar el carácter y conducta de acuerdo con ella, conquistará la vida de calidad que ella promete.

 

Y Jesús dijo: «De cierto os digo que no hay nadie que haya dejado casa, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por causa de mí y del evangelio, que no reciba cien veces más ahora en este tiempo: casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y tierras, aunque con persecuciones, y en el siglo venidero la vida eterna» (Marcos 19.29-30)