¡Ese es el milagro!
Me llamo Lilian Coelho Santos, tengo 20 años y me gustaría contar un poco de mi testimonio. Todo comenzó cuando yo era chica. Porque mi padre bebía mucho y agredía a mi madre, yo fui una niña indignada y así crecí. A los 9 años ya tenía en mi interior un deseo de matarlo por las cosas que el hacía, pues, además de pegarle a mi madre, él me pegaba a mí y a mis hermanos. Éramos 8, y perdí dos hermanos en la delincuencia. Yo planeaba la forma de matarlo, y por ese sufrimiento me fui de casa cuando tenía 11 años. Allí comenzó el infierno en mi vida, pues ahí aprendí a consumir drogas y viví en la calle.
Durante 4 años viví en la calle. Al principio, parecía que todos eran mis amigos, pero yo vivía drogada y en ese momento no recordaba que tenía una madre sufriendo en casa. Capturada por la policía, aspiraba pegamento, usé crack, lanza perfume, marihuana, cocaína y, para mantener tantos vicios, comencé a prostituirme, vendiendo mi cuerpo a cambio de droga. Algunas noches tenía relaciones por R$ 50 y otras veces llegué a robar por los vicios. Aún siendo novata, iba a los mercados y robaba, pues vendiendo lo que había robado, conseguía las drogas que mi cuerpo necesitaba. De los 12 a los 16 años no pude estudiar más. Siempre que intentaba ir a la escuela armaba líos, peleaba mucho y varias veces fui suspendida.
En esos 4 años volví a casa varias veces, me quedaba algunos meses y volvía a la calle. No soportaba mi casa y, por eso, salía los viernes, iba a bailar y volvía sólo los lunes; había veces en las que no volvía.
A mis 14 años, por vivir siempre rodeada de los que yo creía que eran mis amigos, comencé a “surfear” sobre los trenes. En esa época, creía que era lo máximo, me producía mucha adrenalina, la sensación del viento golpeando mi rostro y lograr el equilibrio sobre el tren, hasta que un día me caí y el tren pasó por sobre mi pierna. El propio maquinista me socorrió; creo que fue Dios quien hizo eso, y permanecí internada por 2 meses y 15 días, pero aún así no me entregué a Dios.
Después de que perdí mi pierna, empeoré, pues pensaba así: “Ya perdí la pierna, sólo me falta perder la vida”. Y con ese pensamiento me hundí más en la bebida y en la droga, pues creía que no tenía más nada que perder. Salía con hombres casados, no me importaba más nada y, crean, usaba muletas, pero nadie me detenía.
A los 16 años fue mi fondo del pozo, pues aunque había cometido muchos errores todavía no había atentado contra mi propia vida.
Mi hermano, que hoy es obrero, había sido amenazado de muerte y fue a Bahía huyendo de los que querían matarlo, y allá mi hermana ya era obrera y lo ayudó mucho. Yo me quedé en San Pablo e intenté suicidarme. Intenté cortarme las venas y me la pasaba pensando cómo podría matarme.
Después de un tiempo, mi hermano volvió de Bahía transformado. Él era un hombre de Dios y eso llamó mi atención. Mi hermano, que así como yo era adicto a las drogas, de repente vuelve hecho otra persona, sin miedo de los que querían matarlo y con un semblante calmado; era otro hombre y él me evangelizó, o mejor, él me desafió, diciendo que si yo me entregaba a Dios yo iba a cambiar, y si no sucedía nada yo podría quedarme con la vida que tenía. Eso fue cuando yo creía que para mi vida no había más solución.
Fui a la Iglesia Universal del Reino de Dios de Carapicuíba (San Pablo) y allí comenzó mi liberación. Durante un mes fui todos los días a la iglesia, de domingo a domingo, tamaña era mi sed y necesidad de buscar a Dios. Después de un mes, me bauticé en las aguas, tuve mi encuentro real con Dios y fui bautizada con el Espíritu Santo.
Sé que Dios conoce nuestro corazón y Él hizo todo en mi vida. Él sabía que sin Su presencia yo no podría haber dejado lo que dejé, y por eso me selló con Su Espíritu y yo nunca más fui la misma. Hoy, soy una joven realizada en mi vida espiritual, tengo dos hermanos obreros, mi madre va a la iglesia, y mi padre, que era el motivo de mi dolor, está yendo a la iglesia también. Sé que Dios hará la obra completa en mi familia, pues sólo Él pudo aceptarme. Dios abrió las puertas y pude colocarme una prótesis. Hoy sirvo a Dios como obrera, aún con una prótesis, para que todos sepan que ni nuestro Dios ni nuestra Iglesia hacen acepción de personas.
Todos los días, sirvo a mi Señor con placer, y Él, en Su misericordia, me usa para salvar otras vidas.
Tengo mi propósito en servirlo en el altar al lado de un hombre de Dios por este mundo, y sé que Él hará esto a su tiempo.
Gracias por la oportunidad de publicar mi testimonio para la honra y gloria del Señor Jesús. Soy obrera en la Catedral de Santo Amaro (Av. João Dias ,1800 – San Pablo) y formo parte de la Fuerza Joven, donde busco, con mi testimonio, ayudar a otros jóvenes.
Que Dios lo bendiga en todo y, como usted siempre dice: “¡Será un éxito!”.
Lilian Coelho Santos
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