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Ladrón de almas

¡Buenas tardes, obispo!

Mi nombre es Fabio Kawakami. Vivo aquí en Japón hace 10 años. Me gustaría relatarle a usted mi experiencia con Jesús y con la iglesia.

Obispo, aprendí a beber y a fumar a los 17 años, y durante siete años fui esclavo de esos dos vicios desgraciados. Pues bien. A los 21 años de edad, conocí a mi esposa; nos fuimos a vivir juntos ni bien comenzamos, pero teníamos grandes dificultades por culpa mía y de mis vicios. Sin embargo, en ese momento, pensamos que no era nada tan grave. Por eso, yo tomaba mucho, y a cada día esa situación empeoraba.

Cuando cumplí 23 años, nació mi hijo Lucas. Pensé que a partir de ese momento mi vida cambiaría en relación a los vicios, pero estaba equivocado. Comencé a tomar mucho y mucho más. Hacía que mi esposa e hijos – pues tengo dos – pasaran maltratos, vergüenza y, a veces, hasta que se metieran en peleas dentro de casa.

Muchas y muchas veces pasaban obreros por mi casa invitándome para participar de una reunión en la Universal. Los evangelistas golpeaban mi puerta constantemente. Pero yo tenía una opinión mundana: creía que el obispo Macedo era un ladrón y que todos los de la Universal también lo eran, pues yo criticaba mucho a la iglesia, los insultaba llamándolos ladrones y todo lo demás. Eso, aún teniendo toda la vida arruinada.

Muchas veces, no le di la mínima importancia a lo que los obreros decían en mi puerta, pero, hubiera lluvia o sol, calor o mucho frío, ellos siempre estaban allí extendiendo las manos, y yo negándolas.

Y, con todo eso, mi caso empeoró. Comencé a trabajar mucho más y, en los pocos momentos que tenía en casa con mi familia, me embriagaba y simplemente la dejaba de lado, causando muchas peleas y discusiones con mi esposa.

Hasta que un día ella agarró a los niños y me dijo: «O nosotros o la bebida». Yo me enfurecí e intenté saltar del séptimo piso. Cuando iba a caer, ella tiró de mi short y me abrazó fuertemente. En ese momento vi lo que estaba sucediendo en mi vida y que necesitaba ayuda. Al otro día, un obrero vino a conversar otra vez conmigo y decidí buscarla.

Entré en la Universal, a la cual yo tanto criticaba. Los obreros y el pastor me recibieron con los brazos abiertos y, antes que ellos, ¡¡¡el SEÑOR JESUCRISTO TODAVÍA ESTABA CON LAS MANOS EXTENDIDAS HACIA MÍ!!!

En poco tiempo me liberé de los vicios, me liberé de los espíritus malignos, y hoy estoy en el discipulado para ser obrero.

Lo fuerte es que aquí donde vivo existen muchas y muchas religiones y decenas y decenas de iglesias, pero los únicos que perseveraron por mi alma, además de Jesús, ¡¡¡fueron justamente los que yo llamaba ladrones!!!

Fueron los únicos que golpearon a mi puerta y persistieron por mí y por mi familia.

Entonces yo pregunto: ¿Por qué será que las otras denominaciones no vinieron a buscarme? Creo yo que Dios contó con Sus verdaderos siervos aquí en la Tierra, y Le agradezco todos los días por haberme rescatado y salvado a mi familia, y porque nos dio una más: ¡la familia Universal!

Dios me probó que el mundo está al revés, pues lo correcto parece equivocado y lo equivocado parece correcto. Es más: si realmente el obispo fuese ladrón, y la iglesia también, ¿Dios los bendeciría tanto? ¿Y los ladrones podrían tener autoridad para expulsar demonios y ser autoridades espirituales constituidas por Dios? ¿Los ladrones irían a hospitales, presidios, asilos o de casa en casa para hablar de Jesús a personas a las que ni siquiera conocen?

Las personas no lo ven, pero están siendo asaltadas por el verdadero ladrón, que es el diablo, y están perdiendo sus almas y escapándose del Único que puede salvarlas, que es el Señor Jesús.

Entonces, les digo a las personas: antes de catalogar a un siervo de Dios de ladrón, fíjense muy bien, porque cuando un siervo de Dios es llamado ladrón, esa ofensa va sin duda directamente al Señor Jesús, ¡pues fue Él quien escogió a dedo a cada siervo verdadero!

Dios lo bendiga.
Fabio Kawakami