El banquero y los mendigos
Cierta tarde un famoso banquero iba a su casa en limousine, cuando vio a dos hombres, a la orilla de la vereda, comiendo pasto.
Ordenó a su chofer que se detuviera, se bajó y le preguntó a uno de ellos:
-¿Por qué están comiendo pasto?
– No tenemos dinero para comida, por eso tenemos que comer pasto – dijo el pobre hombre.
– Bien, entonces vengan a mi casa y les daré de comer – dijo el banquero.
– Gracias, pero estoy con mi mujer y mis dos hijos. Están allí, debajo de aquel árbol.
– Que vengan también – dijo nuevamente el banquero
Y, volviéndose al otro hombre, le dijo:
– Usted también puede venir
El hombre, con una voz muy débil, dijo:
– Pero señor, ¡yo también estoy con mi esposa y seis hijos!
– Pues que vengan también – respondió el banquero
Y entraron todos en el enorme y lujoso auto.
Una vez en camino, uno de los hombres miró tímidamente al banquero y le dijo:
– Usted es muy bueno… ¡Gracias por llevarnos a todos!
El banquero respondió:
– Mi querido, no sienta vergüenza, ¡me hace muy feliz hacerlo! A ustedes les va a encantar mi casa… ¡el pasto tiene 20 centímetros de alto!
Así es también el príncipe de este mundo, posee riquezas y recursos, y busca diligentemente “enganchar” a los incautos y perdidos, a través de una apariencia de amor, caridad y compasión.
Aquellos que viven con toda intensidad la plenitud de los sentimientos del alma, son exactamente los mismos que, mientras se alimentan del “pasto” de este mundo, son atraídos y llevados, sin darse cuenta, hacia el tormento eterno en limousines de lujo.
Gracias por la atención.
Colaboración: Obispo Antonio Carlos
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