El Señor y el Siervo
Para que se tenga una idea aproximada de la relación entre el Señor Jesús y Sus siervos es necesario volver a los orígenes de la relación humana entre los señores y sus siervos.
Desde tiempos remotos, la única diferencia entre el siervo y el animal de carne era que uno tenía razón y otro no. De hecho, la persona sierva o esclava no tenía libre disponibilidad de su propia persona y bienes. Ella no tenía ni el más mínimo derecho de exponer su personalidad, y mucho menos satisfacer sus caprichos.
En aquellos tiempos, había varias formas de imponer a las personas la condición de esclavas o siervas. Las más comunes eran:
Primero: A través de la compra. Los siervos eran adquiridos por un valor, como si fueran un objeto cualquiera, y pasaban a ser propiedades de los que lo compraban. En este caso, están encuadrados los verdaderos siervos del Señor Jesús, pues fueron comprados, no por dinero, sino por Su preciosa sangre. Podemos comprenderlo mejor cuando el apóstol Pablo dice: “Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo” (1 Corintios 6:20). También el apóstol Juan dice: “Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación; y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra” (Ap. 5:9,10). Quiere decir: la sangre del Señor Jesús fue el precio para sacarnos de la condición de esclavos del infierno para la futura condición de reyes y sacerdotes para Dios.
Segundo: Con imposición política. En este caso, los prisioneros de guerra eran hechos esclavos.
Tercero: Por nacimiento. Los hijos nacidos en la casa de padres esclavos, legalmente se convertían, automáticamente, esclavos. La idea aquí es que los hijos de aquellos que han servido al Señor Jesús lo sirvan también. El hecho de que muchos hijos de siervos no estén también en la condición de siervos es porque la personalidad de sus padres no ha sido adecuada a la de un siervo bueno y fiel. Cuando el siervo es bueno y fiel, entonces, sus hijos también serán siervos, bueno y fieles.
Cuarto: Como restitución. Si el ladrón no tuviera con qué restituir el robo y pagar sus daños, podía ser vendido como esclavo.
Quinto: Por falta de fondos para pagar la deuda. La persona que no tenía con qué pagar su deuda era forzada a vender a los hijos como esclavos o entonces, los hijos eran confiscados por el acreedor. El propio deudor fallido, así como su esposa e hijos, comúnmente se convertían en esclavos del acreedor. Lo importante es que la deuda tenía que ser pagada, sin importar el sacrificio que tenía que ser hecho para eso. El caso de la viuda que vino hasta el profeta Eliseo era un ejemplo de eso (2 Reyes 4). De acuerdo con la ley mosaica, un esclavo hebreo necesitaba trabajar por seis años para tener derecho a su libertad. Y, entonces, su señor era obligado a darle alguna recompensa para que él pudiera iniciar su vida por sus propios medios.
Sexto: Por autoventa. Una persona podría venderse, voluntariamente a la esclavitud, con el fin de escapar de la miseria. Y aún así, después de 6 años, ella podría redimirse. En ese caso, ella no podría salir con las manos vacías, pues su señor tenía que darle alguna compensación. Muchos se han propuesto servir al Señor Jesús apenas para huir de la vida miserable en la que viven, o del lago de fuego eterno. Entretanto, algún tiempo más tarde, se redimen de su servidumbre al Señor Jesús y buscan en la ley del mundo el derecho de algunas migajas para comenzar a vivir libremente.
Séptimo: Por medio del rapto. En la ley de Moisés, raptar a una persona y reducirla a la esclavitud era una ofensa castigada con la muerte. Los hermanos de José se convirtieron en culpables de este crimen y, por eso mismo, temieron mucho las consecuencias.
Cualquiera fuera la condición de la adquisición del siervo, comprado o como cautivo prisionero de guerra, él no tenía ningún derecho, solamente obligaciones. Ahora, eso incluía salarios o cualquier tipo de recompensa. Los señores les daban comida, agua y tiempo para dormir, apenas con la intención de recomponer sus fuerzas para el trabajo diario. Era sólo servir. No había determinada hora límite de trabajo; él tenía que estar disponible para servir al Señor a todo y cualquier momento.
Jesús sólo Señor de los que le sirven.
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