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¡No lleves a mi hijo a Harán!

Y dijo Abraham a un criado suyo, el más viejo de su casa, que era el que gobernaba en todo lo que tenía: Pon ahora tu mano debajo de mi muslo, y te juramentaré por el SEÑOR, Dios de los cielos y Dios de la tierra, que no tomarás para mi hijo mujer de las hijas de los cananeos, entre los cuales yo habito. Génesis 24:2-3

En el texto anterior, no está el nombre del siervo, pero con certeza era alguien muy especial para haberle confiado una tarea de tanta importancia. Probablemente, el mismo siervo al que Abraham se refirió como heredero de todo lo que poseía por no tener un descendiente, el damasceno Eliezer (Génesis 15:2).

La futura esposa de Isaac no podría ser pagana (cananea). Además de ser de la familia de Abraham, tendría que estar dispuesta a hacer lo que él había hecho, a dejar a sus parientes, la casa de su padre y su tierra para ir en dirección a la tierra que el siervo le mostraría.

Preocupado por la posibilidad de que la candidata no aceptara ir al encuentro de su futuro esposo, el siervo sugiere que Isaac vaya a Harán junto con él.

El criado le respondió: Quizá la mujer no querrá venir en pos de mí a esta tierra. ¿Volveré, pues, tu hijo a la tierra de donde saliste? Y Abraham le dijo: Guárdate que no vuelvas a mi hijo allá.
Génesis 24:5-6

Abraham prohibió que el siervo llevara a Isaac al lugar del cual había salido. Es como si Abraham prefiriese que su hijo se convirtiera en un eunuco antes de que regresara al lugar de donde se había ido, pues eso podría echar a perder todo el propósito de Dios para la descendencia de Abraham.

A fin de cuentas, quien oye la Voz de Dios nunca vuelve atrás. Esto explica por qué tantos han abandonado la fe, el Altar y las promesas que Dios atendiendo a la voz del corazón, despreciando así el llamado de Dios.

Pero como su convicción en las promesas de Dios estaba por encima de las dificultades, Abraham sabía que Dios no lo abandonaría.

El Señor, Dios de los cielos, que me tomó de la casa de mi padre y de la tierra de mi parentela, y me habló y me juró, diciendo: A tu descendencia daré esta tierra; él enviará Su ángel delante de ti, y tú traerás de allá mujer para mi hijo. Génesis 24:7

Deténgase y piense en el desastre que habría sido la descendencia de Abraham si Isaac se hubiese casado con una mujer que no estaba dispuesta a vivir por la fe.

Creyendo que el ángel estaba junto a él, el sirviente oró (Génesis 24: 12-14). Incluso antes de que terminara la oración, la joven doncella apareció e hizo exactamente lo que el siervo había pedido en oración a Dios. Su responsabilidad era grande, por lo tanto, fue detallista en su oración.

Vea que, cuando nuestra intención está de acuerdo con la voluntad de Dios, la respuesta es segura. Puede incluso tardar, pero no fallará.

Solo un siervo fiel sabe identificar a otro siervo. El perfil de Rebeca estaba claro: humilde, lista para servir, temerosa de Dios y lista para dejar a sus parientes, la casa de su padre, rumbo al inicio de una gran nación.

Y llamaron a Rebeca, y le dijeron: ¿Irás tú con este varón? Y ella respondió: Sí, iré (…) Y bendijeron a Rebeca, y le dijeron: Hermana nuestra, sé madre de millares de millares, y posean tus descendientes la puerta de sus enemigos. Génesis 24:58-60

Y si hubiese dicho: «no, no iré con él», ¿qué habría sido de ella? Habría sido lo mismo que hemos visto en los días de hoy en las vidas de quienes están aferrados a Harán, una vida pequeña, sin expresión, sin testimonio y sin sabor. Pero, porque ella dijo que sí, se convirtió en una gran bendición, al igual que su suegro y su esposo.

La visión de Rebeca fue espiritual y esta ha sido la visión de la Universal, que cumplió 42 años de existencia, ¡dando continuidad a esa nación! Quien nos bendice es bendecido, quien nos maldice …

Si usted Le dijo no a Dios, nunca es tarde para volver atrás y decirle sí. El Dios de Abraham está esperándolo.

Para aquellos que dicen sí, ¡qué maravilla! ¡Usted se convierte en la propia bendición y nadie podrá resistirle hasta el fin de los tiempos!

¡Dios los bendiga a todos!